El 19 de septiembre de 1985 Frank Zappa compareció en una audiencia pública ante una comisión del Senado para explicar su posición ante la ofensiva del PMRC, un lobby moralista y cristiano que contaba con importantes aliados políticos y que pretendía etiquetar discos de rock según su contenido para advertir a los padres del peligro de que sus hijos escucharan ciertas canciones. Prácticamente no había tema en el rock que no pudiera ofenderles, desde el consumo de alcohol hasta el satanismo, pero el sexo en todas sus variantes -orgías, masturbaciones, felaciones, homosexualidad, parafilias- era el epicentro de su nerviosismo. Zappa los llamaba The Mothers of Prevention y en un discurso memorable hizo pedazos toda aquella santurronería puritana en nombre de la libertad de expresión, de prensa, de culto, de reunión y de todas las demás libertades que la Constitución estadounidense ampara bajo la Primera Enmienda.
Parece mentira que, más de treinta años después, The Mothers of Prevention hayan proliferado en diversas reencarnaciones a la derecha y la izquierda. Y así, mientras el Ayuntamiento de Madrid anuncia que no contratará a grupos como Def con Dos o cancela un concierto de Luis Pastor; por su parte, el Ayuntamiento de Bilbao ha vetado una actuación del rapero C. Tangana. Ya no asustan las invocaciones al diablo ni las invitaciones a las drogas, sino la teórica humillación a las víctimas del terrorismo o la no menos teórica defensa de la cultura de la violación. Es evidente, al menos desde mi punto de oído, que ni C. Tangana ni Def con Dos ni Luis Pastor están a la altura de The Mothers of Invention o de Black Sabbath, por citar sólo dos de las bandas que más ofendían al PMRC. Pero también lo es que lo que molesta a los mojigatos, los de antes y los de ahora, no es precisamente la música. A estos nuevos puritanos de izquierdas los ha clavado Jim Goad con un alfilerazo impecable: The New Church Ladies.
En 1967, en un caso verdaderamente grotesco de censura estatal, el gobierno militar del general Onganía prohibió en Buenos Aires la representación de la ópera Bomarzo, de Alberto Ginastera, por considerar que no se podía autorizar sobre las tablas del teatro Colón un espectáculo que narra las chifladuras de un aristócrata impotente y paranoico que, entre otras aberraciones, mantiene relaciones con una osa. Lo más gracioso es que la ópera de Ginastera está basada en la novela homónima de Manuel Mújica Laínez, de 1962, que no sólo se publicó y llegó a las librerías tranquilamente sino que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en Argentina al año siguiente. Con resignación y no poco humor, Mújica Laínez, autor del libreto, le dijo a Ginastera que evidentemente la obscenidad debía acumularse toda en la partitura.
Al menos dos personalidades de Unidas Podemos, Clara Serra y el propio Pablo Iglesias, han lamentado el acto de censura del Ayuntamiento de Bilbao tras las presiones ejercidas por Bildu y por Elkarrekin Podemos. No hay censura buena, por buenas que sean las intenciones de los censores y defensores de la moral. Porque la lista de obras artísticas que muestran comportamientos machistas, xenófobos, pedófilos u homófobos no sólo son legión sino que incluyen un florido ramillete de obras maestras. El nacimiento de una nación, de Griffith, uno de los grandes monumentos del cine mudo, es una oda al Ku Klux Klan. Lolita, de Nabokov, tiene de héroe (y narrador) a un pederasta repugnante. En El pozo, la primera novela de Onetti, hay varias frases del protagonista contra las mujeres que escuecen los ojos al leerlas. En cuanto a la cultura de la violación puesta en pentagrama, no hay más que escuchar ciertos pasajes de Die Soldaten, de Zimmerman o del Wozzeck, de Alban Berg. Nada que ver con la música de C. Tangana, pero el problema no está en la música.
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