Punto de Fisión

Resacón en Bruselas

Recién despertado de una borrachera de varios años, una de las primeras cosas que hizo Jean-Claude Juncker en su discurso de despedida del Parlamento europeo es pedir perdón al pueblo griego por los destrozos causados. Ya había pedido perdón dos veces en los últimos meses, lo cual da una idea no tanto de la magnitud de su arrepentimiento sino de la profundidad de su melopea. "No fuimos solidarios con Grecia, la insultamos, la injuriamos, y nunca me he alegrado de que Grecia, Portugal y otros países se encontraran así". Hombre, cuando surfeaba por los pasillos haciendo eses y bailando la jota muy triste no parecía Jean-Claude: sólo le faltó ir a mearse en los árboles de la plaza Sintagma y luego vomitar en una columna del Partenón.

Resacón en Bruselas

En su despedida habló de más cosas, del brexit y del nacionalismo estúpido, pero basta ese remordimiento de cocodrilo tras dejar un país hundido en la miseria para calibrar la resaca que debía llevar el buen hombre. Yo he asistido a borracheras mitológicas en las que un invitado terminó reconvertido en un espía ruso y otro hablando lenguas muertas, pero la de Juncker es más bien un alegre correveidile al estilo de Michaleen O'Flynn, el casamentero de Innisfree, que no bebía agua ni por prescripción médica y cuya carreta se detenía milagrosamente ante la puerta de la taberna igual que la bolsa del recaudador de la UE se salta siempre Berlín para pararse como un clavo en Atenas.

El otro día nos invitó a casa otro amigo, un sibarita, un auténtico especialista en vinos, y al finalizar la comida pensó que ya estábamos lo bastante equilibrados para transbordar al whisky de malta. Me permitió elegir cinco ejemplares de los que no voy a hacer publicidad, pero baste decir que en unos cuantos tragos ya estábamos imitando a la Troika y arreglando el mundo. Sorbo a sorbo comprendí las profundidades a que te hace descender el alcohol y la capacidad de resistencia de Juncker cuando mi amigo dijo que el capitalismo ya había sido superado mentalmente, un adverbio al que dedicamos una hora y media de reflexión y varias calas más de whisky. Yo, que tenía enfrente de mis ojos tres o cuatro copas con cientos de euros destilados dentro y un habano de ciertas dimensiones humeando entre los dedos, todavía no había superado mentalmente el capitalismo, pero andaba cerca. Media botella más y podía ponerme a dirigir el Banco Central Europeo sin problemas antes de hacer un brexit por la ventana.

Juncker dice que tiene unos recuerdos confusos de lo que ocurrió cuando entre él y dos burócratas más decidieron mandar un país entero a la mierda. Lógico teniendo en cuenta la castaña que llevaba encima. No se acordaba de lo que le había dicho a Theresa May la noche antes, como para acordarse de cuando hace cuatro años se cagó en mitad de Grecia. También ha pedido que cuidemos de Europa, refiriéndose exclusivamente a los familiares y amiguetes que tiene colocados en diversos bancos, comisiones y ensaladas. Juncker sobrio es casi tan divertido como Juncker borracho. Viva el vino.

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