Punto de Fisión

Doce horas con Mariano

Había dudas de que Mariano Rajoy hubiese escrito un libro, había dudas incluso de que alguna vez hubiese leído uno. Insidias. No obstante, había motivos para dudar, ya que el único artículo de papelería que estaba casi siempre en sus inmediaciones era un ejemplar del Marca, tan cuidadosamente doblado que podía guardar un libro en su interior o quizá algo peor: un bolígrafo. Para acallar los rumores que aseguraban que no daba ni palo al agua, se publicaron unas fotos de su despacho donde todo -papeles, libretas, agendas, ordenador, periódicos- daba la impresión de haberse colocado allí unos segundos antes de la foto, como si en vez de la oficina de un presidente se tratase de un mobiliario del IKEA.

Doce horas con Mariano

Si Jose Mari, su mentor, presumía de amistades literarias con Vargas Llosa, de leer poesía árabe y hablar catalán en la intimidad, Mariano jugaba al despiste fingiendo que no reconocía su propia letra. En el principio era el verbo y Mariano había alcanzado el estrellato gracias a que Jose Mari había escrito su nombre en el famoso cuaderno azul, junto a los nombres de otros dos personajes de los que no queremos acordarnos. Lo increíble es que, teniendo en cuenta las posibilidades, Jose Mari acertara plenamente. Mientras tanto, a la chita callando, Mariano iba tomando notas para este libro de memorias que ha saltado a los primeros puestos de las listas junto a las últimas obras de Pérez Reverte y Dolores Redondo, aunque no se entiende que Una España mejor no esté catalogado en ficción. O en ciencia-ficción, para el caso.

Al publicarse el libro, así, a bote pronto, algunos críticos argumentaron que no se veía la mano de Mariano por ninguna parte. Si al menos, así fuese en el prólogo, hubiese aparecido algún chascarrillo de los suyos -algo del tenor de "Es el lector el que elige al autor y es el autor el que quiere que sean los lectores el autor"- entonces las dudas se habrían disipado de inmediato. Pero Mariano, al parecer, había conseguido eso tan difícil de conseguir y que fue la perdición de Ana Rosa Quintana: el estilo invisible, ese sabio consejo de Hemingway que reza que un relato debe ser como un iceberg, con cuatro quintas partes sumergidas bajo la superficie. El crítico buceaba en busca de esas cuatro quintas partes, conteniendo la respiración bajo la infumable prosa de supermercado, y no encontraba cuatro ni tres ni dos ni una parte. Nada de nada. Agua de borrajas. Chúpate ésa, Hemingway.

Ha tenido que llegar la edición oral del libro para reconocer la cadencia inconfundible de Mariano detrás de la hojarasca sintáctica. En la voz del ex presidente el espeso tocho de Una España mejor se convierte en un monólogo cómico insuperable, una versión hilarante de Cinco horas con Mario, de Delibes, en la que Mariano conversa infatigablemente con su propio cadáver presidencial igual que Gila llamando al enemigo: "¿Es el presidente? Que se ponga". Una lástima que los expositores de gasolineras anden de capa caída y que en Plaza & Janés los orgullosos editores no hayan pensado en sacar una edición en cassette para hacerle la competencia a las canciones de Junco y a los chistes de gangosos de Arévalo. La segunda ya tal.

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