Punto de Fisión

Steiner desde el más allá

Steiner desde el más allá

Muere George Steiner, el último gran humanista, y Gran Bretaña se desgaja de Europa, dos movimientos tectónicos que de alguna manera se corresponden, puesto que Steiner siempre defendió Europa como centro neurálgico de la cultura occidental y Gran Bretaña siempre ignoró o subestimó a Steiner hasta el punto de que su fallecimiento pasó bastante desapercibido en las páginas de The Times o de The Guardian. El poeta Jordi Doce dice que "siempre fue una figura incómoda: demasiado cosmopolita, demasiado ambicioso, demasiado consciente de sus méritos".

Hay un librito de Steiner -en realidad, el texto de una conferencia- llamado La idea de Europa, donde sostiene el concepto de que Europa es una sucesión de cafés que va de Lisboa a Odesa, una especie de tertulia interminable donde discuten artistas y filósofos, músicos y matemáticos, pintores y poetas. No hay cafés en Moscú, dice, ni tampoco en Inglaterra, Escocia, Irlanda, ni mucho menos en Estados Unidos, el paraíso de la velocidad y la comida rápida. Nacido en Francia, en el seno de una familia judía, y nacionalizado estadounidense, Steiner defendió Atenas y Jerusalén como los pilares de la civilización occidental al tiempo que rechazaba el sionismo, abominaba de los totalitarismos y contempló el auge del nazismo como el naufragio de la razón y la quiebra definitiva del humanismo europeo.

En una entrevista póstuma con su amigo, el ensayista italiano Nuccio Ordine, Steiner se lamenta de muchas cosas, de viajes que no hizo, de personas que no se atrevió a conocer, de amistades rotas por culpa de malentendidos, de libros que podría haber escrito mejor. Sin duda se equivocó a menudo, pero sus equivocaciones eran tan sugestivas y brillantes que valían por los aciertos de muchos otros, aparte de que siempre tuvo el coraje suficiente para admitir su error. Por ejemplo, una vez escribió que Hitler había pervertido el idioma alemán -la misma cítara gloriosa que había servido a Goethe, a Heine, a Nietzsche y a Mann- de tal modo que haría imposible durante siglos la consecución de una obra literaria a gran escala. Poco después, Steiner saludaba El tambor de hojalata de Günter Grass como la novela esencial de la Alemania de posguerra y decía que por primera vez un escritor se atrevía a enfrentarse cara a cara con el pasado siniestro de su país y de desenmascararlo hasta sus últimas consecuencias.

En las numerosas trifulcas que mantuvo con sus colegas, fue sonada la polémica con Derrida, quien como tantos otros intelectuales defendía la crítica como una operación creativa de primer orden mientras las obras de Shakespeare, Dostoyevski o Dante no eran más que excusas. "Al diablo Derrida" dijo Steiner, quien sostenía la labor secundaria de la crítica y la primacía absoluta de la poesía y la literatura. Tal vez por eso, en la misma entrevista de ultratumba, Steiner también se lamenta de no haberse arriesgado a escribir obras de ficción, nada más que unos cuantos versos y cuentos cuando era joven, olvidando -tal vez a propósito- una novela que publicó allá por 1982, El traslado de A. H. a San Cristóbal, en donde especulaba con la posibilidad de que Hitler hubiera escapado del asedio de Berlín y buscado refugio en la selva amazónica, donde lo capturaban unos agentes judíos todavía temerosos de su oratoria maléfica.

En una de sus obras maestras, En el castillo de Barbazul, Steiner asegura que la cultura occidental se encuentra en la misma encrucijada que Judith en la magnífica ópera de Bartók, a punto de abrir la puerta prohibida que oculta, bajo la pompa y el lujo del castillo, los cadáveres de las anteriores esposas asesinadas, el olor de la noche homicida, el espanto del crimen abominable. Hace mucho que abrimos esa puerta, en Auschwitz, en el Gulag, en Srebrenica, y todavía no nos atrevemos a mirar dentro, a comprobar que el gran árbol de la civilización europea, el que nos brindó los frutos incomparables del Quijote, la Novena Sinfonía y la Capilla Sixtina, tiene las raíces empapadas de sangre humana. Aun así Steiner, desde el más allá, se atreve a proponer Europa como único destino posible, una necesidad histórica, una tertulia infinita desde la que seguir compartiendo ideas, libros, músicas, arte, esperanzas y sueños.

 

 

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