Punto de Fisión

Zaplana, enfermo de codicia

Zaplana, enfermo de codicia

Cuando le fue concedida a Zaplana la libertad provisional debido a su enfermedad, los médicos ignoraban que lo peor de su estado de salud no era la leucemia, sino la cleptomanía. Era lógico puesto que ellos tratan con males físicos, no con taras espirituales. Al poco de ser dado de alta, en el pasado mes de julio, Zaplana fue visto paseando por la playa de Benidorm con las chanclas en la mano y luciendo ese incomparable moreno de rayos UVA en franca contradicción con una de sus principales aficiones: el blanqueo de capitales. Aparte de dinero, lleva toda la vida blanqueando su pasado y ahora el moreno carcelario le va a caer encima con un sol de justicia.

Porque el blanqueo sólo es una más de todo el ramillete de acusaciones que pesan sobre él, entre las que se cuentan prevaricación, fraude, delito fiscal, malversación de caudales públicos, cohecho, falsedad documental, asociación ilícita para delinquir y pertenencia a grupo criminal. Tampoco resulta muy difícil identificar el grupo criminal al que se refiere el ministerio fiscal, cuando otro juez, encargado esta vez del caso Gürtel, calificó hace poco al PP de banda organizada. De Galicia a Mallorca y de Madrid a Panamá, la plana mayor de Aznar fue capaz de realizar el viejo sueño de la Democracia Cristiana en Italia: saquear un país entero hasta los cimientos con total impunidad. Además, sin necesidad de contar con la mafia.

Fue Marcos Benavent, uno de los muchos implicados en la apestosa trama de corrupción del PP en la Comunidad Valenciana, quien identificó la bacteria, mucha más contagiosa que el ébola, la gripe aviar o el coronavirus. "Yo era un yonqui del dinero" dijo. Todo el mundo sabía de qué pasta estaba hecho Zaplana, aquel tipo al que trincaron en unas grabaciones del caso Naseiro diciendo "Me tengo que hacer rico porque estoy arruinado", escuchas que fueron anuladas por un defecto de forma. Que semejante elemento llegara a ministro de Trabajo no es más que uno de los innumerables sarcasmos aparejados a esa cultura del esfuerzo promovida por Aznar que ha dejado las arcas públicas llenas de telarañas. La apertura del sumario del caso Erial acredita dos décadas ininterrumpidas de actividades delictivas en las que Zaplana arrambló con 19 millones de euros procedentes de la privatización de las televisiones públicas, un botín millonario que movió a través de 14 países, con comisiones depositadas en Luxemburgo, Suiza y Andorra.

El sueño de tío Gilito de Zaplana derivó a unos cruceros en yates de lujo en las que trasegaban langostas regadas con cerveza Cruzcampo, para no desmerecer nunca del toque hortera típico de los gángsters con gomina. González Pons, quien nunca tuvo reparos en alabar la labor de los dirigentes valencianos y que acaba de perpetrar una novela rebozada en una prosa digna del guión de una película porno, dice que no hay que reprochar esos excesos en alta mar, puesto que en aquella época todos los españoles nadábamos en la abundancia. Otra frase que parece extraída de su novela. A Zaplana cabría preguntarle lo mismo que al millonario insaciable interpretado por John Huston en Chinatown, de Polanski, cuando el detective le dice qué más pensaba comprar con todo lo que tenía y todo lo que había robado: "El futuro, hijo mío, el futuro".

 

 

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