Punto de Fisión

Amor sin fronteras

Amor sin fronteras

Dentro de las malas noticias, si se mira bien, hay buenas noticias, a veces incluso las hay entre las peores. Hace algún tiempo, un filántropo decidió fundar un periódico que jamás informaría sobre catástrofes, guerras, robos, asesinatos o corruptelas, sino únicamente sobre alegrías, bodas, bautizos y actos caritativos. El pobre hombre lo tuvo que cerrar a los tres o cuatro números, convencido a la fuerza de que, salvo excepciones, la gente prefiere regodearse en la desgracia de los demás, siguiendo aquel principio aristotélico de la catarsis en dos tiempos, terror y compasión, cuyo primer susurro al oído es una voz que dice: "Menos mal que esto no te ha pasado a ti".

He ahí la mejor noticia de todas: la certidumbre de que hemos nacido en un mundo donde las guerras, las hambrunas y las epidemias nos pillan apenas de refilón, en ocasiones ni siquiera de refilón, de ahí que nos preocupemos por una enfermedad de moda que, en apenas dos meses, no ha matado más que a dos mil y pico de personas, la mayoría de ellas en China. Con una mortalidad que de momento no rebasa el 3%, el coronavirus obtiene día a día miles y miles de coberturas en los medios, mientras que la malaria, con más de un millón de víctimas al año, o el hambre, con una media de más de 8.000 muertos diarios, no ocupan ni un triste hueco en periódicos y telediarios. Probablemente porque la malaria es una pandemia para pobres y el hambre, por suerte, no es contagiosa.

Entre las malas noticias que no publican los periódicos ocupa un lugar de deshonor la guerra de Yemen, un conflicto que ha segado alrededor de cien mil vidas humanas, provocado un éxodo de casi cuatro millones de desplazados y que amenaza con desatar la peor hambruna de las últimas décadas. Como las del Congo, Sudán y otras guerras invisibles, está feo informar sobre Yemen, ya que podría molestar a los muy millonarios jeques de Arabia Saudí y a los vendedores de armas que se están forrando en el siempre provechoso negocio de la fabricación de cadáveres. Era lógico entonces que la pequeña buena noticia dentro de esta mala noticia inmensa -el premio Teaming a la Transparencia y la Buena Gestión concedido a la ONG Solidarios sin Fronteras- haya pasado prácticamente desapercibido y que sus responsables no hayan merecido ni una sola entrevista en medios, no vaya a ser que nos enteremos de algo.

Solidarios sin Fronteras es la única ONG española activa en Yemen y sus recaudaciones se dedican íntegramente a paliar los graves problemas alimentarios, sanitarios y educativos causados por la guerra y el brutal bloqueo impuesto por las autoridades saudíes y estadounidenses. Por suerte, no son los únicos voluntarios que han dedicado su vida a arrojar luz dentro de esos agujeros de tinieblas que se abren más allá de los titulares y la primera plana, del coronavirus y de Venezuela. Pienso, por ejemplo, en The World We Want, una organización destinada a ayudar a las víctimas de la guerra en cualquier parte del mundo y especialmente en Lesbos, donde se levanta el dantesco campo de refugiados de Moria, el mayor centro de recepción de refugiados del continente.

Pienso también en Ajedrez sin Fronteras, un proyecto personal de Alvaro Van Den Brule, quien ha dirigido la apertura de al menos veinte escuelas y talleres artesanales en diversos puntos del globo con el apoyo de ACNUR, UNICEF y Save The Children. Resulta ciertamente utópico imaginar un mundo en donde las guerras, igual que los duelos de ciertos condottieri del Renacimiento italiano, se resolvieran sobre las 64 casillas, pero si algo ha hecho progresar a la humanidad desde que salió de las cavernas son las utopías. Mientras tanto, el ajedrez supone una magnífica arma terapéutica, una herramienta de trabajo, de integración social, de solución de conflictos, de meditación, de imaginación y de paciencia. Es hermoso comprobar que mientras un puñado de malnacidos se dedica a enriquecerse a base de sembrar catástrofes, otro puñado de buena gente sólo vive para salvar el mundo. En medio estamos los millones y millones que no hacemos nada, pero que podríamos cambiarlo todo al precio de unos pocos euros mensuales.

 

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