Últimamente el adjetivo ha florecido en tertulias, columnas y artículos, clonado de esos libros para colegiales que nos explican la guerra civil española en términos del famoso duelo a garrotazos de Goya. Sí, los españoles somos un pueblo "cainita", un término que, según la RAE, indica una actitud de odio y animadversión contra allegados y afines, no como los rusos, los estadounidenses, los chinos, los mexicanos, los británicos, los congoleños o los sirios, que cuando se matan entre ellos lo hacen siempre con mucho amor y mucho cariño.
Puesto que el cainismo viene de fábrica, más o menos desde Atapuerca, se explica la actitud de la derecha española a la hora de colaborar en la gestión de la pandemia, una oposición cuya labor ha consistido principalmente en insultar, propagar bulos, extender el pánico y reclamar un golpe de estado con el desmantelamiento del gobierno democrático y la subida al poder de un gabinete de crisis plagado de militares, jarrones chinos, caricatos y Rosa Díez. Hasta en un medio tan poco sospechoso de simpatías socialistas como The New York Times están estupefactos ante el nivel de bajeza con que se desenvuelven Vox y PP en una situación de emergencia nacional, comentando en especial la imagen trucada y robada directamente a un fotógrafo profesional en la que aparece la Gran Vía llena de ataúdes, como si fuese Madrid en 1939, a finales de la guerra civil.
A la derecha lo de sentarse en el banquillo de la oposición les sienta fatal, les saca de quicio, y se lanzan en tromba desde el minuto cero a recuperar el balón, así sea a base de zancadillas, roturas de menisco o denuncias de genocidio. Así, desde lo más hondo de la caverna y a través de sus palanganeros radiofónicos han acusado a Sánchez de dirigir el asesinato masivo de millares de españoles y a Iglesias de colaborar en la eutanasia del mismo modo que acusaron a Zapatero de montar el atentado del 11-M sólo para dar un vuelco en las urnas. Les da lo mismo recurrir a ETA, al yihadismo islámico, a Putin, a Maduro, a un laboratorio secreto en Wuhan o al toro que mató a Manolete. Lo que haga falta.
Basta repasar una de las votaciones en el Parlamento Europeo sobre la mutualización de la deuda la semana pasada, donde PP y Ciudadanos se alinearon del lado holandés y en contra de los intereses de España, para comprobar de qué pasta está hecho el patriotismo de esta buena gente. Aun así, los últimos sondeos, tanto del CIS como de Sigma-Dos, revelan el apoyo mayoritario al gobierno y el desgaste de la derecha, a pesar de su estrategia de odio, confrontación, mentiras y paparruchas. Ocurre que el cainismo es una metáfora mucho mejor de lo que parece para iluminar la dicotomía entre la derecha y la izquierda españolas, ya sea en la guerra civil o en el coronavirus, puesto que no se refiere a la animadversión ancestral entre dos hermanos sino a la envidia, la ruindad y la asquerosidad de uno de ellos, capaz de llegar al fratricidio con tal de salirse con la suya. Caín no hay más que uno, conviene no olvidarlo.
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