Punto de Fisión

Monarquías basadas en hechos reales

Monarquías basadas en hechos reales

La prensa sensacionalista británica ha salido en defensa de la casa Windsor al pedir a la plataforma Netflix que publique un aviso en cada capítulo de la teleserie The Crown, advirtiendo a los espectadores que se trata de una ficción y no de hechos históricos. Es normal que los propios aludidos, de la Reina Madre para abajo, se sientan molestos al contemplar sus asuntos, vergüenzas y ridículos estampados en la pantalla: lo que nos faltaba por ver era a esos mismos periódicos que despellejaban a Camila y al príncipe Carlos escandalizados por las libertades que se toman ahora los guionistas. Debe de ser que les preocupa la competencia, ya que siempre han considerado a la familia real británica un coto exclusivo de caza, cotilleos, borracheras y casquería fina. Aparte del sopor insoportable que me provoca, yo dejé de ver The Crown exactamente por lo contrario, porque los reyes, príncipes y princesas de la tele parecen un tebeo para niños o una lectura de peluquería comparado con lo que decían de ellos en su día los periódicos y las revistas del corazón, no digamos la prensa sensacionalista británica.

Hubo bastante cachondeo, por ejemplo, con el modo en que los productores aliñaron las localizaciones del viaje que los príncipes de Gales hicieron a Australia en 1983, colocando el Royal Opera House en Málaga y la monumental silueta de Ayers Rock en el desierto de Almería. A los cheerleaders de la familia real británica les divierte que la costa andaluza pueda albergar Sidney o Canberra pero no les extraña lo más mínimo que el siglo XXI siga conteniendo el XX, el XIX y el XVIII. Efectivamente, lo verdaderamente moderno de las monarquías europeas es que no pasan de moda en ningún momento, especialmente la Reina Madre, que va camino de sobrevivir a todos sus admiradores y críticos, también a los creadores y actores de la teleserie. Por lo demás, los guionistas lo tienen cada vez más difícil, a medida que se vayan acercando al presente y lleguen al día en que la reina Isabel encienda la televisión y vea el primer episodio de The Crown: así el bucle estará completo por los siglos de los siglos. En España pasó algo parecido cuando los actores de Cuéntame se hicieron contemporáneos nuestros y descubrimos que los Alcántara estaban acusados de evasión de impuestos. Real como España y como la vida misma.

Con los borbones, y en particular con el rey Juan Carlos, no hay el menor peligro de confundir ficción y realidad, puesto que los españoles sabemos que las películas y teleseries protagonizadas por nuestros peculiares monarcas son todas de chiste. Más o menos desde ¿Dónde vas, Alfonso XII?, aquel casposo pegote de 1959, los españoles llevamos preguntando lo mismo a cada nuevo invitado que llega al trono. Se lo preguntábamos también a Carlos IV y a Fernando VII, a quienes Goya pintó con tanto realismo que parecía que acababan de escapar de un tríptico de El Bosco. Con el rey Juan Carlos la teleserie ficticia de los periódicos y noticiarios va chocando frontalmente con una realidad llena de jeques árabes, amantes sufragadas con el erario público, banqueros corruptos, colaboradores en traje de rayas, maletines de dinero negro, elefantes y osos abatidos a tiros. Los defensores y alabarderos del rey emérito sostenían que había que esperar a que actuara la justicia antes de acusarle del delito del fraude fiscal, pero sus abogados han adelantado a Hacienda un trailer de 678.393,72 euros que ha despejado cualquier duda que pudiera quedar sobre su culpabilidad. En España no sólo vivimos en una monarquía basada en hechos reales sino que, por desgracia, seguimos creyendo en los Reyes Magos. Es la ventaja de vivir no exactamente en la realidad sino en la realeza.

 

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