Quienes el jueves hablaban de terremoto para calificar la moción de censura de Ciudadanos no podían sospechar que la metáfora iba a tener tantas réplicas y tan inesperadas como para alcanzar a la vicepresidencia del gobierno. Era un terremoto de largo recorrido, tanto que se desplazó de Murcia a Madrid y que llegó incluso hasta el sillón de Toni Cantó, quien acaba de abandonar el barco que se hunde para ofrecerse al PP madrileño en calidad de lo que sea, un papel que lleva bordando desde la primera vez que se subió a las tablas de un teatro. Asegura que ha llamado a su representante para retomar su trabajo de comediante, aunque quizá él sea el único que no se ha dado cuenta que ya lleva años trabajando a tiempo completo.
La comedia es, en efecto, uno de los ingredientes esenciales de la política y la que se está desarrollando en los últimos días a lo largo y lo ancho del territorio español tiene al público en ascuas. Cada día nos despertamos con un nuevo giro de guión y no hay tiempo de aburrirse. Mientras Casado rascaba en los fondos reservados de Génova para comprar tres o cuatro diputados en el mercado libre de Murcia, Ayuso rebuscaba en su caja de proclamas de la señorita Pepis con el fin de ofrecer al votante madrileño una disyuntiva acorde a sus méritos: socialismo o libertad. Entendiendo por libertad la suya propia, es decir, la de dejar morir a los ancianos en sus residencias, alojarse en apartamentos de lujo por una bicoca, preparar menús escolares a base de Telepizza, despedir sanitarios de la noche a la mañana en mitad de la pandemia, acusar a los inmigrantes de provocar los contagios, dejar a más de un millar de profesores en la calle y levantar mamotretos hospitalarios con dinero público. La libertad de pisar cabezas siempre ha sido exclusiva de los poderosos.
Ante esa escalada de despropósitos, Pablo Iglesias decidió subir las apuestas y matar tres pájaros de un tiro, uno de ellos él mismo. Cual trapecista frotándose las manos con talco antes de ejecutar un triple mortal hacia atrás, Iglesias anunció que dejaba la vicepresidencia del gobierno para postularse a la Comunidad de Madrid en una candidatura conjunta con Mónica García, de Más Madrid, una maniobra que encendía todas las alarmas en los respectivos despachos de Sánchez, de Ayuso y de Errejón, quien se encontraba con que su antiguo socio le devolvía la puñalada que le propinó tiempo atrás con un abrazo de oso. Es una decisión cuando menos temeraria, sin saber si el salto al vacío desde el trapecio gubernamental va a acabar en victoria, en costalazo o en una fractura de cráneo. En cualquier caso, tampoco parece que Iglesias tuviera muchas más opciones, cuando su relación con Sánchez andaba al borde del desahucio y cuando Madrid, rompeolas de todas las Españas, ha vuelto a su función histórica de centro del cuadrilátero, la atracción principal en un circo de tres pistas.
Siempre han tachado a Iglesias de machismo, incluso ahora que se quita de en medio para ceder el asiento a Yolanda Díaz, a un paso del liderazgo del partido, y que pide audiencia a Mónica García con la intención de presentar un frente unido de izquierdas. Por lo demás, quienes acusan también al macho alfa de UP de ególatra escandaloso, capaz de eclipsar a cualquiera que le haga sombra, tienen ahora un nuevo cartucho en la recámara: al sacrificarse a sí mismo en esta maniobra kamikaze, Iglesias ha acaparado una vez más los papeles de niño en el bautizo, novia en la boda y -esta vez sí- muerto en el entierro. Que salga resucitado el 4 de mayo cual ave fénix o quemado como pollo en el horno depende de los caprichos del electorado madrileño, esa extraña criatura que se pirra por las presidentas implicadas en tramas de corrupción kilométricas y por las presidentas con el bolso lleno de botes de cremas robados y títulos universitarios falsos. Dicen que la comedia sólo es tragedia más tiempo, aunque en este caso, tras el redoble de tambor en la pista central del circo, bien podría resultar al revés. Al final el eslogan deicida de UP, aquel lema mesiánico de "asaltar los cielos" se está quedando en un mero asalto a la Cibeles el día de la Champions, la pegatina de un Seiscientos chulapo: "de Madrid al cielo".
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