Punto de Fisión

Siempre es Halloween en Génova 13

Siempre es Halloween en Génova 13
Exterior de la sede nacional de Génova 13 en Madrid.- EFE/ARCHIVO

Muchos de quienes paseaban por delante del edificio de la calle Génova 13, la sede del PP, no podían evitar la sensación de que se encontraban ante un caserón maldito, una de esas mansiones encantadas de los relatos de Henry James donde las institutrices, el mayordomo y la mayoría del personal de servicio hace años que están criando malvas -no digamos cómo será la sensación para la gente que trabaja dentro. Desde el exterior, el emblema de la gaviota ondea como los cuervos y los murciélagos en las películas de terror, pero en el interior la peste a muerto debe de ser acojonante, con cuchilladas a traición por los pasillos, una contabilidad fantasma que nadie tiene ni puta idea de dónde habrá salido y los cimientos amasados en dinero negro.

Los rumores sobre muertes repentinas, epidemias de amnesia, discos duros borrados a martillazos y accidentes extraños siempre han acompañado la lúgubre historia de esa sede a la que no se atreven a acercarse ni los satanistas ni los parapsicólogos ni Van Helsing armado de un crucifijo y dos kilos de ajos. De hecho, una sentencia judicial con fecha de la semana pasada acredita que la reforma de la sede del PP la llevaron a cabo unos espíritus malignos a espaldas de toda la directiva, una serie de obras espectrales planeadas desde una ouija y perpetradas por albañiles del más allá en diferido y en forma de simulación.

Por lo visto, durante décadas, sin que nadie supiera cómo había llegado hasta ahí o qué cojones pintaba dentro, uno de los principales despachos de Génova 13 estuvo ocupado por un alma en pena llamada Bárcenas que se divertía repartiendo dinero del monopoly y rellenando libretas de iniciales sólo por joder al personal. Aprovechando que esa pobre gente desconocía por completo el funcionamiento del dinero negro, blanco o verde -como lo prueba su gestión económica del país-, el tesorero fantasma estableció una serie de contratos infernales con los sucesivos mandamases del PP mediante rituales de magia negra. Vale, puede que se me haya ido un poco la mano, pero no se crean que esta descripción difiere mucho de lo que de verdad dicta la sentencia.

Desde los tiempos lejanos de Fraga, y quizá desde mucho antes, se percibe una atmósfera truculenta en la sala de máquinas del PP, una formación política, como todas las demás, en perpetua dinámica de exterminio interno, pero que, al contrario que otras, suele ofrecer al público una apariencia de calma y serenidad calcada de aquellos desfiles con los que el régimen celebraba la apacible paz de los cementerios. La derecha no lleva muy bien las discrepancias ni las disidencias ni las discusiones internas porque eso de discutir, disentir y discrepar son cosas de rojos. Para demostrarlo, ahí están Aguirre y Gallardón, quienes mantuvieron una larga y apasionada historia de amor político, estuvieron años dándose patadas por debajo y por encima de la mesa, y al final terminaron como Romeo y Julieta.

La disputa que enfrenta a Casado y Ayuso por el liderazgo del partido tiene ya todo el aire de un matrimonio en toda regla. A Casado no le costó mucho convencer a sus allegados de que era mejor candidato que Sáenz de Santamaría por la sencilla razón de que estaba mucho peor preparado que ella: apenas tenía experiencia política de alto nivel, había comprado un máster en los chinos y subía el pan cada vez que abría la boca. En otras palabras, era perfecto, el sucesor ideal de Mariano y Jose Mari. Sin embargo, esos mismos defectos Ayuso los ha elevado al cubo, además de la ventaja de haber arrasado en las elecciones autonómicas gobernando Madrid con la misma solvencia con que gobernó la cuenta de twitter de un perro. Madrid, por suerte, no es España, pero para el PP lo parece, eso sin contar que en Génova las rencillas duran más allá de la vida y la noche de Halloween se prolonga todos los días del año.

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