En la entrevista que concedió el martes por la noche a Ana Pastor en la Sexta, Teodoro García Egea no se dio cuenta hasta última hora de que se había equivocado, que no estaba en Antena 3, en El Hormiguero, con Pablo Motos. Aun así, se empeñó en seguir el guión y hacer como que no había ocurrido nada, ni dentro del partido ni fuera del partido, ni siquiera en la calle Génova, delante de la sede asediada por miles de manifestantes pidiendo su cabeza y la de Casado igual que esos motines populares con antorchas y horcas frente al castillo del doctor Frankenstein. No, Teodoro tampoco conocía la gravedad de la situación el domingo porque en el mismo momento en que el centro de Madrid ardía él estaba en el parque jugando con sus hijos. De hecho, mientras concedía su primera entrevista póstuma, aparecía tranquilo, abotargado, casi a punto de dormirse, como si hubiera cenado una tortilla de Lexatin.
En esa realidad alternativa que iba presentando a los espectadores, los jerarcas del PP llevaban cinco días celebrando una fiesta con globos en la que se habían matado a besos. Teodoro seguía sin entender lo que había pasado: "No me voy porque hayamos hecho nada malo, me voy para facilitar que se convoque un congreso". Julio César podía haber dicho lo mismo después de que lo apuñalaran treinta y siete veces por la espalda: "Me voy por no molestar".
Hasta ese momento las informaciones eran tan confusas que todavía se ignoraba si había dimitido o si lo iban a dimitir; sólo unas horas antes, el mismo martes a mediodía, el propio Teodoro había dicho que la dimisión ni se le pasaba por el pensamiento, pero al rato la dimisión ya le había cortado el cuello, el cargo y las ganas de discutir. Cuando se presentó a la entrevista con Ana Pastor, bien podía haber llevado la cabeza en la mano y haberla olvidado al marcharse encima de la mesa, todavía parpadeando. Sin embargo, necesitaban su cabeza para ponérsela en la cama a Casado y que se despertara la mañana del miércoles sabiendo lo que tenía que decir. Ni una mancha de rencor ni una gota de sangre: así son las decapitaciones en el PP.
Al fin y al cabo, desde su atalaya de secretario general, Teodoro estaba más que acostumbrado a manejar el hacha y a recolectar cabezas de líderes regionales y de enemigos políticos. No era nada personal, sólo negocios, pero el hombre fue tan ingenuo como para, después de alcanzar el puesto de consigliere y de haber visto veinte veces la trilogía de El Padrino, no entender lo que sucede cuando un maleante profesional se pone de parte de la ley. Después de la Púnica, después de la Gürtel y después de Bárcenas, preguntarle a Ayuso por un contrato favoreciendo a su hermano era como preguntarle a Vito Corleone si había empezado el negocio vendiendo aceite de oliva o de girasol. De otra cosa a lo mejor no, pero si de algo entiende Teodoro es de aceitunas y de escupir huesos de aceituna a quince metros de distancia. Cómo iba a sospechar que lo iban a escupir primero a él y luego a Pablo Casado, dos por el precio de uno, sin parpadear. Tampoco es nada personal, sólo negocios. Se van por no molestar.
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