Punto de Fisión

El alcalde que no hacía nada

El alcalde que no hacía nada
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida recibe de manos del presentador Carlos Sobera, una camisa de flores durante la presentación del 'VI Torneo de Fútbol Cadete Vicente del Bosque Villa de Alalpardo', este viernes en Madrid. EFE/ J.J.Guillén

La caída de la mascarilla, no en otoño sino en primavera, ha propiciado que empecemos a vernos las caras y así hemos descubierto que a algunos la cara les llega a la espalda. Alberto Luceño se presentó en los juzgados embozado tras una mascarilla -aunque seguramente no una de las que vendía a precio de oro- y casi tres horas antes, a ver si conseguía esquivar a la prensa, mientras que Luis Medina prefirió ir a jeta descubierta. Una vez dentro de la sala se sentaron a cierta distancia el uno del otro, por lo que pudiera ocurrir, y sus versiones ante el juez resultaron curiosamente contradictorias.

En estos últimos años, la mascarilla no sólo nos cubría la boca y la nariz sino que a veces nos subía hasta los ojos y no nos permitía ver, de modo que íbamos a ciegas, con las gafas empañadas y el gusto y el olfato y hasta el sentido común jodidos por el coronavirus. Teníamos que ir palpando la realidad a medias, todos con bozal, como beduinos en mitad de una tormenta de mierda, y no estábamos preparados para el momento en que el vendaval amainara y nos topáramos con el futuro, tan viejo como siempre.

"Trabajamos para el futuro", le dijo Alberto Luceño a Elena Collado, alto cargo del área de Hacienda y Personal del Ayuntamiento de Madrid, "que eres tú y es nuestro país". Lo de "nuestro país" no era sólo una manera de hablar, que un poco más y con los cinco millones y pico de euros rebañados en comisiones por una porquería de material sanitario, va y compra España por parcelas, igual que compró deportivos de lujo, varios Rolex y vacaciones a todo tren. No contento con eso, Luceño también le pedía "una medallita" para fardar de filántropo.

Creíamos que de esta peste moderna íbamos a salir mejores, pero qué va, hemos salido los mismos: unos cuantos listos forrados de millones a costa del personal y un montón de pringados pagando el pato. El capitalismo consiste en forrarse a cualquier precio y en que el pato lo paguen los pringados, pase lo que pase, ya sea una pandemia mundial, una nevada mayúscula, una ola de calor, una guerra en el este de Europa o un apocalipsis. Hay gente que, cuando llega el fin del mundo, lo mismo telefonea a un buhonero malayo para apañar mascarillas que se agencia un cargamento de paraguas a prueba de meteoritos.

En el Ayuntamiento de Madrid, como es lógico y natural, nadie se enteraba de nada, aunque el 8 de abril de 2020, Elena Collado, le envió este mensaje a Alberto Luceño: "Por Dios, dime algo. Nos han estafado seguro". Ante la Fiscalía, Collado declaró que ella es "un poco pava" y que de verdad creía que el dúo dinámico pretendía ayudar a los madrileños.

El caso es que, dos años después del flagrante delito, en el Ayuntamiento nadie había movido un dedo para recuperar los casi doce millones de euros volatilizados y como dijo ayer Almeida virtuosamente ante las cámaras: "Quien no ha hecho nada, no teme nada". Ya es triste que todo un señor alcalde, con amplia experiencia profesional como abogado del Estado, olvidara no sólo sus estudios de Derecho y su paso por la Universidad Pontificia sino incluso sus lecturas infantiles del catecismo. Cualquier niño católico, a poco católico que sea, sabe que se puede pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión. El pecado de omisión en este caso es millonario y bien gordo: cruzarse de brazos durante dos años.

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