Punto de Fisión

Trintignant al final de la escapada

Trintignant al final de la escapada
Trintignant, en la película 'La Escapada'.

En la entrevista que le hizo Begoña Piña para este mismo periódico, hará dos o tres años, Jean-Louis Trintignant, que estaba a punto de cumplir noventa años, decía que podía morir en cualquier momento. Deseaba morir, de hecho, desde el brutal asesinato a golpes de su segunda hija, Marie, en 2003, a manos de su marido, el cantante Bertrand Cantat, quien salió libre cuatro años después. La primogénita murió a los dos meses, ahogada por la leche cuando tomaba el biberón. Aun así, en pleno epílogo vital, atendió la llamada de Michael Haneke y sacó fuerzas para encarnar, junto a Emmanuelle Riva, al anciano profesor de música jubilado que, devastado por la enfermedad de su esposa, decide acompañarla en el último trago.

Amor (2012), de Haneke, una de las más amargas y formidables reflexiones sobre la muerte que haya dado el séptimo arte, podía haber sido la despedida de Trintignant , pero todavía hubo tiempo para dos películas más: Happy End (2017), también de Haneke, y Los años más bellos de una vida (2019), la segunda secuela de Un hombre y una mujer (1966), el mítico debut en la ficción de Claude Lelouch, que volvió a reunir por tercera y última vez al director, al actor y a la actriz Anouk Aimée. Es prácticamente un milagro contemplar una trilogía cinematográfica que se extiende durante más de medio siglo con los mismos protagonistas, quizá por eso Trintignant tuvo tiempo, en la entrevista con Begoña Piña, de subrayar que aún creía en el amor: "El amor es el motor del mundo (...). Nos tomamos la vida demasiado en serio. La vida no es para tanto".

Decía también que nunca le interesaron los héroes en el cine, que los héroes son muy aburridos, por eso él prefería interpretar a tipos corrientes, a hombres de la calle, una tarea verdaderamente difícil en la que le ayudaba ese rostro callado y distraído, esa manera de pasar ante la cámara y el mundo como si la cosa no fuese con él y sólo estuviese de paso. Trabajó con algunos de los más grandes cineastas franceses (Truffaut, Chabrol, Rohmer, Clément, Téchiné, Audiard, Berri) y fue también la inspiración de Costa-Gavras (el juez de instrucción en Z), Bertolucci (El conformista) o Kieslowski (Rojo). Incluso cuando sólo le daban un papel secundario, como el del esquivo espía francés en Bajo el fuego, de Roger Spottiswoode, aportaba siempre un insólito toque de elegancia en un reparto trufado de estrellas.

Frente al anciano agotado y descreído de los últimos años, yo siempre recordaré a Trintignant joven y pletórico al lado de Vittorio Gassman en una de las comedias más amargas y divertidas de la historia del cine: La escapada (1962), de Dino Risi, una road-movie fabulosa donde el tarambana enloquecido de Gassman logra embaucar al estudiante tímido y retraído de Trintignant para que le acompañe en una aventura sobre ruedas en medio de la canícula romana. El choque entre dos caracteres tan opuestos (uno hablador, irresponsable, bebedor, anárquico; el otro silencioso, sensato, abstemio, metódico) provoca una odisea de situaciones delirantes que culminan en un final prodigioso. Sí, yo quiero recordar a Trintignant a bordo de ese descapotable, codo a codo con Gassman, asombrado ante la vida que pasa.

 

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