A los aficionados al fútbol se les plantea estos días un interesante dilema ético según el cual, cada vez que enciendan el televisor para disfrutar de un partido, tendrán que tragarse el recuerdo de los miles de obreros muertos durante las obras de los estadios, el desprecio institucional a los derechos humanos y las condiciones medievales de vida en una de esas folklóricas monarquías del Golfo Pérsico. Varios artistas, entre los que se cuentan Dua Lipa y Rod Stewart, han declinado actuar en el Mundial a pesar de la millonada que les ofrecían, e incluso Shakira ha reculado de su intención de cantar en la ceremonia inaugural. Como Catar pilla un poco lejos para ir a manifestarse, el boicot se limitará a cambiar de canal en el momento en que empiece una retransmisión, un sacrificio que para un forofo debe de resultar casi insoportable, comparable a que a Ferreras le dieran luz verde ante las cámaras y entonces decidiera callarse.
Soy incapaz de entender esta ceremonia de expiación porque el fútbol y yo mantenemos unas excelentes malas relaciones desde aquellos días de la infancia en los que, al sortear los equipos en mi barrio, me elegían de poste. Para mí el auténtico sacrifico sería obligarme a ver los partidos primero y asistir después a un análisis pormenorizado con la participación estelar de Tomás Roncero y Pipi Estrada. Lo de renunciar a un millón de libras o así por actuación ya es otra historia, porque si se les ocurriera la insensatez de contratarme, el gobierno catarí me pagaría el doble con tal de que no me acercara al micrófono. Por ejemplo, este sábado por la mañana doy un recital gratuito en la biblioteca Iván de Vargas junto a dos grandes poetas, Alvaro Muñoz Robledano y Jacob Lorenzo, y de momento nadie me ha ofrecido un solo euro por no abrir la boca.
Conozco de primera mano lo bien remunerado que está el periodismo deportivo, aunque poca gente sabe que durante más o menos un año estuve escribiendo una columna con pseudónimo casi a diario en uno de los grandes de la prensa deportiva patria. Me pagaban una pasta gansa por escribir de deportes, generalmente de fútbol, y me cuidé mucho de que no descubrieran mis amplios desconocimientos sobre el tema. Creí que ya tenía encarrilada mi trayectoria profesional cuando, de repente, llegó la crisis financiera de 2007 y una de las primeras cosas que hizo el director del periódico fue llamarme para prescindir de mis servicios. De la noche a la mañana mi salario se redujo a más de la mitad y me quedé bastante tocado, también con la sospecha de si la catástrofe no empezaría en el momento en que las agencias de calificación descifraron mi pseudónimo.
El dinero, ya se sabe, lo tapa todo, así sean trabajadores tratados como esclavos, homosexuales colgados de las grúas o mujeres adscritas en la categoría de animales domésticos. Es asombroso que tenga que celebrarse un Mundial en Catar para que la prensa -no sólo la deportiva- descubra de repente que en ciertos países árabes los derechos humanos se redactan con papel higiénico y que la FIFA no es más que un montón de dólares y mierda. Parece como si los periodistas no se hubieran enterado del lucrativo negocio de la venta de armas españolas destinadas a masacrar niños yemeníes o de la curiosa costumbre de destripar colegas vivos que tienen los sátrapas saudíes. A ver si es que los aficionados del Barca que visten desde hace años esas vistosas camisetas de Qatar Airways se creen que promocionan una franquicia de dátiles. Afortunadamente, los cataríes han pensado en todo y han contratado aficionados a sueldo por si hiciera falta a la hora de animar, casi todos con bigote y más falsos que nuestros escrúpulos de plástico.
Comentarios
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