El miércoles por la mañana en Alcobendas una comitiva de vecinos recibió a Ayuso a las puertas del Ayuntamiento. Al igual que en las tardes de toros, había división de opiniones: unos la aplaudían, llamándola "presidenta", mientras otros la abucheaban, llamándola "asesina". Es normal que unos cuantos ciudadanos anden encantados con ella, deben de ser los afortunados a los que ha tocado la lotería. La semana pasada más de 24 millones de euros cayeron en tres concesionarios privados de la sanidad madrileña, una desviación de dinero público al bolsillo de los amiguetes habituales que no supondrá ninguna mejora en las instalaciones sanitarias, pero que va a poner los costes por las nubes. Al igual que en su original innovación de las becas para millonarios o en su recurso ante el Constitucional de la tasa de solidaridad a las grandes fortunas, Ayuso sigue aquí a rajatabla aquella cita evangélica de Mateo 25: "Al que tiene se le dará más y tendrá de sobra, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene".
Esta particular concepción de la caridad cristiana es la misma que impulsó la construcción a toda hostia y en plena pandemia del hospital Zendal, el Titanic de la sanidad madrileña, más o menos al mismo tiempo en que le advertían que no era necesario levantar a toda prisa semejante mamotreto, sino más bien gestionar adecuadamente la red de hospitales ya existentes en la Comunidad. Un argumento absurdo, porque si Ayuso podía gastarse 200 millones de euros en construir un paralepípedo publicitario, bien podíamos dárselos los madrileños después de tomar unas cañas. El Zendal cae al lado de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, que también es casualidad lo de los terrenos. Así, si hay que arreglarle un tobillo a alguno de los fichajes estrella de Florentino, el chaval no corre peligro de sufrir atascos en una clínica prácticamente desierta.
Mientras faltan recursos de todo tipo en las urgencias y los ambulatorios de la Comunidad, al Zendal le cayeron otros 600.000 euros el día de Nochebuena gracias a la la lotería particular de Ayuso, en un momento en que sólo contaba 60 pacientes en sus instalaciones. Este gigantesco fiasco ha resultado un agujero sin fondo que no sólo costó el triple del presupuesto sino que acumula más de 15 millones de euros en contratos a dedo mientras que atiende una media de 30 pacientes semanales. Un edificio casi vacío, un hospital para ir de visita, sano como una lechuga, igual que el aeropuerto de Castellón, una obra de ingeniería millonaria hecha para que la gente se pegue paseos por las pistas y que el abuelo Fabra pueda presumir con sus nietos. Es mejor prevenir que curar, por eso las enfermedades ni se atreven a acercarse a este imponente laberinto de consultas y quirófanos.
Al igual que todas las demás adjudicaciones absorbidas por este formidable agujero negro, la última pedrea de 600.000 euros ha caído directamente en las mismas manos de siempre, mediante un sorteo realizado con un solo número en el bombo. Son todos ellos contratos de emergencia, pese a que la emergencia del Covid terminó hace ya un huevo y que la verdadera emergencia está en las calles de la capital, en unos centros sanitarios faltos de personal, con los médicos ausentes o sobrecargados de trabajo y las listas de espera abarrotadas para los próximos meses.
Para hacerse una idea de la eficacia de la gestión en el Zendal, baste señalar que en noviembre de 2021 había más de 400 sanitarios atendiendo a menos de 60 pacientes. Tocaban a dos médicos y cuatro enfermeros y pico por cama, una atención tan personalizada y consecuente con los métodos neoliberales que no se entiende cómo los enfermos madrileños no acudían en masa a disfrutar de las ventajas de este transatlántico. Hay que reconocer que el hospital sin pacientes es un invento que está revolucionando la economía de la Comunidad de Madrid casi al mismo ritmo que las ayudas para millonarios. En la rueda de prensa posterior al Consejo de Gobierno celebrado en Alcobendas, Ayuso cargó contra las organizaciones de vecinos y afectados por las obras del Metro en San Fernando de Henares que están en la puta calle; se conoce que los pobrecillos no han oído hablar del refrán "de Madrid al cielo".
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