Una de las muchas lecciones que hemos aprendido en la teleserie Sucession es que un multimillonario no tiene por qué guardar las formas, que una de las prerrogativas del dinero es la potestad con que obsequia a su poseedor para hacer lo que le da la gana a quien y cuando le da la puta gana. Por esa regla de tres, hemos visto al patriarca de la familia, Logan Roy, mandando a tomar por culo a todo el mundo -Fuck off!!-, o al botarate de su hijo pequeño, Roman, cascándose una paja en el ventanal de un rascacielos neoyorquino con vistas a la Quinta Avenida. No hay porqué dar explicaciones a nadie cuando hasta tu roña de los dedos de los pies cotiza en Bolsa y el papel higiénico te lo imprimen en la Casa de la Moneda.
En este aspecto, Florentino Pérez ofrece un perfil más bien discreto, más Pérez que Florentino: no le gusta destacar y prefiere permanecer en la sombra con esa pinta de sacristán susurrando a la hora de pasar el cepillo. Tiene mérito mantener ese perfil cuando tu fortuna asciende a la deuda externa de algunos países y presides un equipo de fútbol equivalente a un transatlántico de cinco puentes. Sobre todo si uno repara en la genealogía de los grandes mandatarios del fútbol patrio, Lendoiro, Lopera o Jesús Gil, esos patriarcas de la ostentación que tomaban una limusina para cambiar de acera. Gil, en particular, era capaz de tomar un yate.
Sin embargo, a veces Florentino no puede reprimirse y se le va la mano: el otro día se le fue hasta la nuca de Almeida, pobrecillo, y por poco le hace fracking en la espina dorsal, una de las especialidades florentinas. Fue una imagen traumática, no para Almeida -que estaba encantado con la colleja y le hubiera ofrecido la otra nuca de haber tenido dos nucas igual que dos mejillas- sino para los madrileños, que en menos de un segundo descubrieron quién lleva de verdad la vara de alcalde, por si todavía no se habían dado cuenta después del Zendal, diversos despropósitos urbanísticos y arbitrarias recalificaciones de terrenos.
Mira que Madrid ha tenido alcaldes mediocres en los últimos tiempos, empezando por Ana Botella, que heredó el cargo lo mismo que si hubiese heredado una portería, pero Almeida está batiendo todas las marcas de mediocridad habidas y por haber. Desde que se estrenó en la alcaldía borrando a martillazos unos versos de Miguel Hernández hasta que ha dejado las arcas con un déficit de más de 350 millones de euros, su gestión parece digna de un dibujo animado. Un tipo que se muestra fuerte con los débiles y rastrero ante los poderosos, hasta el punto de recibir una colleja a traición por parte de un empresario megalómano y pedir otra. A Almeida no lo toma en serio nadie, ni siquiera el Papa, que lo recibió en el Vaticano con una sonrisa de lástima, acordándose de Manuela Carmena, pero lo de la colleja de Florentino el otro día ya fue el acabose. Únicamente faltó que le hubiera metido la mano por la espalda y le hubiera puesto voz de ventrílocuo: José Luis Moreno manejando a Monchito. En Sucession Almeida, como mucho, hubiese sido Greg, quien haya visto la teleserie ya sabe por dónde van los tiros.
Comentarios
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