Decía Thomas De Quincey en Del asesinato considerado como una de las bellas artes: "Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia a robar, del robo pasará a la bebida, y acabará por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente". Este despeñadero educativo es el camino que siguen los chicos y las chicas de Vox a trompicones, cuesta abajo, de culo y contra el viento; van del fascismo rampante, el machismo a tiempo completo y la homofobia generalizada a la negación del cambio climático y los delirios antivacunas, hasta que finalmente deciden pirarse del Congreso en masa para que otros idiomas no le hagan la competencia al castellano o ponerse a cuchichear como cotorras en medio del minuto de silencio por una víctima de la violencia de género.
Lógicamente, esta cuesta abajo tenía que desembocar en el símbolo de la mala educación por excelencia: negar el saludo a un adversario político. La presidenta de las Cortes de Aragón, Marta Fernández, no ha querido darle la mano a Irene Montero sin comprender que ese alarde de grosería, en la ocasión y las circunstancias que lo rodeaban, tiene implicaciones políticas que van mucho más allá de su animadversión personal por la ministra. Marta Fernández estaba ahí en representado a una institución, no en calidad de hooligan de Vox. Podía haber excusado su presencia con cualquier excusa, podía haber enviado en su lugar a un doble de acción, pero quería montar un pollo y lo ha montado a lo grande.
El pollo es el caldo de cultivo de la ultraderecha, el lugar donde se sienten más a gusto y pueden cocinar su indigencia política y su falta de propuestas a base de tanganas, insultos, cuchufletas, incidentes y odio, mucho odio. De este modo, se deja de hablar de lo importante -que era el motivo por el que había ido allí Montero- y se pone en foco en lo anecdótico: la mala educación de una señora impresentable dispuesta a ocupar titulares a cualquier precio. Lo de menos a estas alturas es que la ministra de Igualdad hubiese acudido a un acto previo a una jornada europea sobre los derechos sexuales y reproductivos, un acto vinculado a la Presidencia Española del Consejo de la Unión Europea. Con movidas de este estilo llegó Donald Trump a presidente de los Estados Unidos.
La cultura, la cortesía y la clase de Marta Fernández se resume en unas declaraciones públicas que hizo cuando todavía aspiraba al cargo: "A Irene Montero le dan miedo los pitos. Esta no sabe de nada de la vida. Sólo sabe arrodillarse para medrar". Una auténtica poetisa, quién iba a sospecharlo. El jueves por la mañana Fernández se presentó con las manos a la espalda, una elocuente muestra de lenguaje corporal, y no sólo rehusó estrecharle la mano a Irene Montero sino que dejó a la Secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez, con el brazo colgando en el aire.
Por desgracia, Montero está acostumbrada a que la ninguneen o la ignoren, ya sea desde la ultraderecha, la derecha, el centro o la izquierda amiga. Esta misma semana Yolanda Díaz vetó la intervención de Unidas Podemos en la sesión de investidura de Feijóo, no fuesen a quitarle protagonismo. Cada día que pasa Irene Montero recuerda aquella sentencia inolvidable de Jonathan Swift: "Cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él". Contra ella en este caso.
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