Hay gente que le gusta viajar para pasarlo mal. No lo dicen con estas palabras sino con otras más campanudas: vivir al límite, soltar adrenalina, buscar riesgos. Supongo que su día a día carece de alicientes -la saludable incertidumbre que algunos sentimos al tomar un metro en hora punta o al acercarse fin de mes- y entonces deciden pagar un pastizal e irse a conocer un país de esos donde el deporte nacional es la ruleta rusa. Llámenme pusilánime, pero mi idea de aventura se limita a cocinar una receta nueva o a ligar por Tinder, no a arriesgarte a que te peguen dos balazos y tener que volver a casa en una bolsa de cadáveres.
Tres turistas españoles murieron tiroteados la semana pasada en Afganistán durante un viaje de aventuras organizado por la agencia Against the Compass. La cuarta víctima, una bilbaína octogenaria, ha aterrizado en Bilbao y se encuentra en estado grave. Los responsables (por llamarlos de algún modo) de la agencia les habían asegurado que no corrían peligro alguno, mientras que el ministerio de Asuntos Exteriores español advertía que no se debe viajar a ese país y a otros por el estilo "bajo ninguna circunstancia". Una novedosa formulación de la paradoja de Groucho Marx, quien, disfrazado de médico gracias a una bata, le aseguraba a una señora hipocondríaca que siguiera pagando su minuta: "¿A quién va usted a creer? ¿A mí o a esos embusteros rayos X?"
He visto la página web de Against the Compass, donde brillan los épicos reclamos de Siria, Pakistán, Irak, Malí o Mauritania, y he recordado con nostalgia mis tiempos de dependiente en la librería de viajes Altair, cuando llegaba un tipo que quería ir de Estambul a Karachi pasando por todas las zonas de guerra imaginables. Mi compañero, Rafa Conde, le explicó que la Ruta de la Seda ahora más bien era la Ruta del Kalashnikov, mientras que yo le sugerí que, de momento, se fuese dejando barba. Para que se hagan una idea, uno de los próximos viajes programados ("Irak al completo con Faluya") aparece adornado con una foto de dos tipos pertrechados con ametralladoras y chaleco antibalas. En una agencia británica similar,Young Pioneers Excursions, ofrecen viajes a Corea del Norte y a Chernóbil.
Hace un año le hicieron una entrevista al fundador de Against the Compass, Joan Torres, que explicaba que los riesgos en estos viajes siempre están calculados, igual que un escalador que decide subir al Everest. El ejemplo estaba muy bien puesto, ya que en 1996 una expedición comercial al Everest liderada por dos compañías de aventura, Mountain Madness y Adventure Consultants, sufrió un brusco temporal a más de ocho mil metros de altitud y la escalada se saldó con doce muertos entre guías y clientes. Unos años después trabajé de guionista en varios programas de Al filo de lo imposible y cuando alguien me preguntaba si no me gustaría acompañarlos alguna vez al Himalaya, siempre respondía que lo primero que pensaba por la mañana al levantarme era ver cómo me las apañaba para no ir al Himalaya.
Por otra parte, me parece un dispendio desplazarse al otro lado del mundo a apostar el pellejo y financiar a los talibanes cuando sale mucho más barato ir a correr los sanfermines en chanclas. En breve, una de estas agencias de aventura alternativas organizará viajes a Ucrania o a Gaza con todos los gastos del entierro pagados y seguramente se les agotarán las plazas. No quiero dar ideas, pero aún más temerario sería correr un rally entre tanques israelíes todos ataviados con kufiyas palestinas y en los altavoces La cabalgata de las valquirias a tope.
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