Hay muchas maneras de informar sobre los disturbios que están arrasando media Inglaterra desde hace varios días. Se puede decir, por ejemplo, que cientos de aficionados al deporte han salido estos días a las calles de Bolton, Manchester, Bristol, Liverpool y Londres para celebrar unas Olimpiadas paralelas a las de París, con preferencia por la lucha libre, el boxeo, el lanzamiento de martillo y las carreras de obstáculos. Se puede decir, también, que varias cuadrillas de arquitectos y picapedreros se han lanzado por su cuenta y riesgo a una remodelación pública de ciertos barrios que incluye el cambio de adoquinado y la decoración de interiores.
Sin embargo, Iker Jiménez ha encontrado un estilo más imaginativo y ecuánime a la hora de referirse a estos incidentes, señalando que los violentos altercados en Reino Unido son fruto de una batalla campal entre grupos a favor y grupos en contra de la inmigración. Lo mismo podía haber dicho que se trata de un intercambio de impresiones en el que a los contertulios se les ha ido un poco la mano. Jiménez es uno de esos periodistas veraces que comentaría la Guerra Civil española como una pelea entre hermanos o los autos de fe inquisitoriales como una forma rápida y eficaz de calentar las plazas de la época. No en vano, más de un periódico ha comentado la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, de la que estos días se cumplen 79 años, publicando que "unas bombas cayeron del cielo".
Los incidentes empezaron la semana pasada gracias al bulo de que el joven asesino de tres niñas pequeñas en Southport era un inmigrante musulmán. Luego se supo que en realidad había nacido en Gales y que sus padres eran originarios de Ruanda, un país con amplia mayoría cristiana donde los musulmanes apenas forman el 5% de la población (eso sí, contaban a su favor con el hecho de que era negro). Pero la mecha ya estaba encendida y la violencia corrió como un reguero de pólvora, alentada por los mismos pregoneros racistas de ultraderecha que, desde Steve Bannon a Elon Musk, llevan décadas intentando incendiar el mundo.
Otro asesinato de tres mujeres, acaecido unos meses atrás en Inglaterra, no provocó una reacción similar por la sencilla razón de que el criminal era un varón de raza blanca. En España, en cualquier momento, vamos a sufrir unas Olimpiadas de mierda parecidas; de hecho, también la semana pasada, la fachosfera en bloque alentó la milonga de que los medios de información ocultaban la noticia de que el homicida que había degollado a dos personas en València era un inmigrante argelino. Unos días más tarde, el viernes 2, un periódico tan poco sospechoso de simpatías izquierdistas como el ABC publicaba que el autor de los asesinatos había sido detenido y que se trataba de un hombre de 31 años de origen español.
Bryan Singer estrenó en 1988 una película, Verano de corrupción, en la que un alumno en vacaciones, fascinado por el nazismo, descubre que el vecino de al lado es un viejo criminal de guerra nazi y, en vez de denunciarlo, le obliga a que le cuente las barbaridades que había cometido en los campos de exterminio. Basada en un relato de Stephen King, Alumno aventajado, la cinta expresa la repugnante fascinación que desprende la barbarie nazi, un corolario que a finales de los ochenta podía ser inverosímil, pero que en nuestros días ha resultado profético.
Es sorprendente que Iker Jiménez, un periodista especializado en sucesos paranormales, no sólo se dedique a chapotear en temas de actualidad -las elecciones en Venezuela, los disturbios en Inglaterra- con la misma falta de escrúpulos con que desmenuza sus fantasías sobre fantasmas y marcianos, sino que también se dedique a dar carnaza a paparruchas racistas y prestar voz a notorios neonazis. Jiménez ha retratado los gravísimos ataques contra minorías raciales en las calles británicas como si estuviese analizando el misterio de las caras de Bélmez. A fin de cuentas, sale mucho más rentable decir que esos monigotes son una manifestación del más allá, no que una señora se puso a pintarrajear las paredes de su cocina desde el momento en que descubrió el negocio que había montado. Una lástima que no dedique un especial de Horizonte al saltador de pértiga francés que derribó el otro día la barra con la polla. Esa entrepierna paranormal es un tema para el que, quizá, sí esté capacitado.
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