Punto de Fisión

Ministerio de Incultura y Deportes

Ministerio de Incultura y Deportes
Rodríguez Uribes, exministro de Cultura, hace unos días. EFE/Chema Moya

Ha sorprendido mucho el nombramiento de Miquel Iceta en el puesto de ministro de Cultura y Deportes. Reconozco que a mí, más que el nombramiento de Iceta, me ha sorprendido que siguiera existiendo el Ministerio de Cultura y Deportes, no digamos ya que hubiese alguien en el cargo. He tenido que consultar para ver quién era su predecesor, José Manuel Rodríguez Uribes, un señor con barba al que le ha tocado bailar con la pandemia y que tampoco hizo mucho por paliar la crisis endémica del sector: de las 75 propuestas del Estatuto del Artista (un proyecto de 2019 que, entre otras cosas, reconoce el derecho de los pintores, escultores, músicos y escritores jubilados a seguir ingresando importes en concepto de derechos de autor compatibles con sus pensiones) de momento sólo se han desarrollado cinco. La rima, como se ve, está a huevo. Excepto en su gira con los reyes el verano pasado, el confinamiento de Rodríguez Uribes ha sido tan estricto que yo todavía pensaba que el puesto seguía vacante desde la dimisión fulminante de Màxim Huerta una semana después de jurar el cargo.

Dado que sólo estuvo al frente siete días, es muy posible que Huerta sea uno de los mejores ministros de Cultura que haya disfrutado España en los últimos tiempos, ya que apenas tuvo margen de maniobra para poder hacer algún daño. A Huerta los envidiosos le reprochaban que era escritor mientras que a Iceta le afean que ni siquiera acabara los estudios universitarios, sin caer en la cuenta de que ambas actividades se pueden compaginar perfectamente: yo mismo, por ejemplo, escribí una novela en los ratos perdidos en que iba abandonando el doctorado y todavía nadie ha contado conmigo ni para ministro ni para secretario. Como recordó el propio Iceta durante la toma de posesión de su cargo, aparte de los años que se pasó remoloneando por diversas facultades, el punto fuerte de su currículum cultural son las seis temporadas que su tío abuelo, Luis Iceta Zubiaur, jugó en el Athletic de Bilbao.

Con todo, y salvo excepciones como Jorge Semprún o Carmen Alborch, Miquel Iceta no parece mucho peor candidato que muchos de sus antecesores en el ministerio. Por ejemplo, Ricardo de la Cierva, un ilustre historiador revisionista, blanqueador y adicto del franquismo cuya obra principal, Bibliografía general sobre la guerra de España (1936-1939) y sus antecedentes históricos, fue considerada por el especialista estadounidense Herbert Southworth "un escándalo intelectual", aunque seguramente a Southworth se le fue la mano con el adjetivo. Por ejemplo, Esperanza Aguirre, infalible reclutadora de talentos corruptos cuyas inquietudes culturales le vienen por parte de su tío, el gran poeta Jaime Gil de Biedma. Por ejemplo, Mariano Rajoy, lector infatigable del Marca quien un día reconoció, en un programa de televisión en directo, que era incapaz de descifrar su propia letra.

Por ejemplo, Carmen Calvo, que se creía que la Unesco legislaba para todos los planetas, que confundió el vocablo latino "dixit" con los ratones de dibujos animados Pixie y Dixie y que felicitó la semana pasada a los actores y actrices que habían tomado parte en un monólogo teatral. Por ejemplo, José Ignacio Wert, que volvió a subvencionar un Diccionario biográfico español (193.000 euros) que parecía escrito a pachas entre Goebbels y Ricardo de la Cierva. Por ejemplo, Iñigo Méndez de Vigo, quien lo primero que hizo nada nada más estrenar el sillón, fue descolgar el retrato de Unamuno pintado por Solana que presidía su despacho y lo segundo, declarar que le encantaba el cine español, "sobre todo, Cine de barrio". Mucho va a tener que esforzarse Iceta para entrar en los primeros puestos de la ineptitud cultural en un país donde, en la lista actual de los libros más vendidos, hay uno de Paz Padilla.

 

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