Punto de Fisión

Catástrofes medioambientales con Messi

El futbolista Lionel Messi durante la rueda de prensa de despedida del FC Barcelona. REUTERS/Albert Gea
El futbolista Lionel Messi durante la rueda de prensa de despedida del FC Barcelona. REUTERS/Albert Gea

El mundo se va a la mierda, es un hecho. Entre el informe climático de la ONU, que anuncia que la temperatura del planeta subirá dos grados, y la marcha de Messi del Barca, que está subiendo a 41º la media de los alrededores del Camp Nou, nos están dando el verano. Ambos cataclismos se veían venir desde mucho tiempo atrás, aunque algunos ingenuos pensaban que quizá lo de Messi todavía tenía remedio, sin caer en la cuenta de que Messi podía defraudar al fisco, podía defraudar a la afición pero jamás de los jamases podía defraudar a su padre. Los guionistas de Hollywood nos han entrenado para encarar cualquier tipo de catástrofe -seísmos fuera de escala, maremotos a lo bestia, plagas bíblicas, zombis, invasiones extraterrestres, lechugas en pie de guerra, meteoritos con mala leche-, cualquiera, salvo a Messi balbuceando con acento francés.

Otra cosa que nos han enseñado las películas de catástrofes es a tomarnos el fin del mundo con mucha calma, un sano escepticismo que se ríe de los intentos de los científicos por alertar a la población y que finalmente afronta la extinción con el alivio de quien ha pasado sus últimos días como si estuviera de vacaciones, sin ser consciente del peligro ni de haber hecho el gilipollas. Hemos aprendido tan bien ese giro de guión que lo hemos repetido punto por punto con el coronavirus, gracias a unos cuantos cantantes y cantamañanas. Poco antes de acabar la película, se ve caer el meteorito, se ve alzarse el maremoto dispuesto a tragarse un rascacielos, se ve la tierra abrirse en dos y se ve al negacionista entrando en la UVI con los pulmones hechos mierda y echándole la culpa al tabaco.

Es difícil dar el brazo a torcer, aunque ya venga torcido de fábrica, no digamos aceptar que nos hemos equivocado, menos aun en un asunto de vida o muerte, de manera que lo mejor es encogerse de hombros y decir que vale, que tampoco era para tanto. Lo ha hecho, por ejemplo, Francisco José Contreras, de Vox: "Que se caliente un poquito el planeta, para empezar reducirá las muertes por frío". Es una postura muy parecida a la de Putin, quien hace poco aseguraba que el calentamiento global le podía venir muy bien a Rusia, ya que en el círculo polar ártico iban a hincharse a vender sombrillas y a estrenar parques acuáticos. Cuando oigo hablar a uno de estos lumbreras me acuerdo de Manolo Gómez Bur en aquella película que hacía de guardabosques y le engañaban para que matara a alguien, asegurándole que lo más que le podía caer era pena de destierro; luego aparecía ante el juez y decía: "El destierro, si pudiera ser a Zamora, es que tengo familia".

Pensábamos que el planeta no tenía fecha de caducidad y, efectivamente, no la tiene: los que tenemos fecha de caducidad somos nosotros. Poco importa que los mares se vuelvan de plástico o que el calor alcance los doscientos grados: la vida se abrirá camino y de la humanidad no quedará más rastro que de los dinosaurios. Esa manía de despilfarrar a tope y de vivir como si no hubiera un mañana concuerda con la inocencia de tantos socios y seguidores del Barca que creían no sólo que Messi era inmortal, invulnerable a la decadencia física, a los bajones y a las tarascadas, sino que además venía certificado desde el nacimiento con los colores blaugranas. Cuando empiezan a publicarse los primeros informes apocalípticos del calentamiento global y vemos el continente abrasado por incendios o ahogado por inundaciones, nuestra reacción sale clavada a la de Messi al preguntarle por el pufo de Hacienda: "Eso lo lleva mi papá".

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