Punto de Fisión

Juan Carlos en erupción

Juan Carlos en erupción
El rey Juan Carlos y Corinna, en una imagen de archivo. EFE

Desde que la lava usurpa los telediarios, mucha gente se pregunta si es posible apagar un volcán, algo imposible según los científicos, aunque no tan difícil como intentar apagar al rey Juan Carlos. Basta fijarse un poco en la cantidad de problemas que ha provocado el Cumbre Vieja desde que entró en erupción, mientras que el rey Juan Carlos, entre unas erupciones y otras, no ha parado quieto desde que lo coronaron allá por 1975. Es un caso digno de estudio incluso entre los borbones, una dinastía célebre por su actividad sísmica y pélvica, con un índice de promiscuidad capaz de desbaratar todos los chismógrafos del reino.

La lava viene de antiguo, al menos desde María Luisa de Borbón Parma, prima y esposa de Carlos IV, que dio a luz 14 hijos de los que sobrevivieron 7, aunque al parecer ninguno de ellos era vástago legítimo, lo cual ayudó bastante a limpiar los genes de impurezas y a prevenir la hemofilia. A lo largo del siglo XIX, el asunto de los bastardos llegó a estar tan extendido entre la realeza española, con chantajes y demandas continuas, que en 1908 un juez dictó una sentencia por la cual se establecía que "un monarca no está sujeto a Derecho Común", frase tan afortunada que llegó a aterrizar 70 años después en un artículo de la Constitución sin cambios dignos de mención. Estuvieron a punto de poner "derecho de pernada", pero alguien objetó que no se referían exclusivamente al fornicio.

La semana pasada, el excomisario Villarejo declaró ante la Comisión sobre la Operación Kitchen en el Congreso de los Diputados que la entrepierna de Juan Carlos I era un auténtico problema de Estado y que llegaron a inyectarle hormonas femeninas e inhibidores de la testosterona para ver si el hombre se relajaba un poco. Tradicionalmente, los monarcas fogosos se neutralizaban mediante el matrimonio, una operación que en otros tiempos provocaba alianzas, guerras y cataclismos, pero que hoy día se soluciona con una boda de gran presupuesto y unos cuantos reportajes en las revistas del corazón. En este caso, no. Día a día los españoles descubrimos que mientras que la jefatura del Estado caía cada vez más bajo, las cloacas subían cada vez más alto: debe de ser que los polos opuestos se atraen.

Es sumamente ilustrativo imaginar a Villarejo reunido con unos cuantos agentes del CNI, todos en mangas de camisa planeando el mejor modo de apalancar a su majestad, unos proponiendo disolver las hormonas femeninas en el café y otros sugiriendo mezclarlas en un bocata de bromuro. James Bond habría recurrido a otros métodos, pero James Bond tiene patente británica, el CNI tenía a Villarejo y los borbones patente de corso. Parece una estrategia sacada de un tebeo de Mortadelo y Filemón, pero en realidad es un plan calcado del que propuso el espionaje británico cuando intentó inyectar estrógenos en las zanahorias de Hitler para ver si lograban apaciguarle el carácter y que se acabase pareciendo a su hermana.

Alberto Saiz, director del CNI, advirtió en 2004 al rey Juan Carlos que Corinna podía ser un peligro, pero el rey no le hizo mucho caso y al final el volcán reventó en Londres con una erupción de mierda que ha salpicado desde Suiza hasta Abu Dabi entre cacerías de elefantes, presuntas transferencias de 64 millones de euros por amor y gratitud, supuestas máquinas de contar billetes en La Zarzuela, presuntas comisiones sin declarar y supuestas cuentas de dinero negro repartidas por medio mundo. En cuanto al pobre Cumbre Vieja, están debatiendo si será más efectivo inyectarle hormonas o nombrarlo volcán emérito.

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