Punto de Fisión

Doblar la camiseta

Doblar la camiseta
El cantante Al Jolson / Warner Bros Pictures

Después de conocer la odisea de Marta Ortega, la emprendedora que empezó doblando camisetas en una de las sucursales de Zara y terminó por heredar un imperio, es muy posible que la conocida expresión "sudar la camiseta" evolucione a "doblar la camiseta". El castellano es una lengua sumamente flexible, adaptable a cualquier situación y muy sensible a los cambios históricos, por eso lo mismo puede decirse que la prensa dobla la rodilla, que la heredera hinca la camiseta o que el sudor sube de arriba abajo. Al leer la noticia de los duros comienzos de la hija de don Amancio en el sector textil, de inmediato recordé el título de una película de Werner Herzog: También los enanos empezaron pequeños.

Hay, sin embargo, otra película que podría ilustrar mejor esta aleccionadora historia de superación personal: Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges, donde un cineasta de gran éxito está harto de rodar comedias de alto copete y quiere ofrecer al mundo una película revolucionaria que hable del sufrimiento de la clase trabajadora. Como el hombre no tiene la menor idea de lo que significa pasar hambre, se agencia un disfraz de vagabundo y se va a experimentar la miseria de primera mano seguido por una caravana de lujo desde donde le vigilan su abogado, su contable y su médico. Por desgracia para él, el cineasta no hace caso del discurso de su mayordomo, que intenta persuadirle de la necedad esencial de su proyecto:

-Verá usted, señor, los ricos y los teóricos, que generalmente son ricos, piensan de la pobreza en sentido negativo como la falta de riqueza, del mismo modo que la enfermedad puede considerarse falta de salud. Pero no lo es. La pobreza no es falta de nada sino una verdadera peste, virulenta en sí misma y tan contagiosa como el cólera. Y la miseria, la criminalidad, el vicio, la desesperación son sus síntomas.

Hace ya algún tiempo, un periódico organizó una divertida serie de reportajes veraniegos en los que un escritor pasaba una jornada ejerciendo un oficio humilde para luego contarlo en unas cuantas páginas con fotos y todo. Varios de mis colegas aceptaron ser lavacoches o enterradores, pero yo me negué a la frivolidad de currar un día limpiando una playa y les dije que, a cambio, podía comentarles mi experiencia como dependiente de librería o cobrador de seguros a domicilio, profesiones que había ejercido durante años y no por diversión precisamente. Se negaron en redondo, bien por no apabullar a sus lectores con una sobredosis de realismo, bien por la ausencia de fotos.

El mayordomo de John L. Sullivan tenía mucha razón al intentar explicarle a su jefe que la pobreza es una enfermedad terrible que no se puede fingir poniéndose un termómetro en la boca y una toalla en la frente. A fin de cuentas, un millonario disfrazado de pobre da tanta grima como Al Jolson con la cara tiznada de betún cantando jazz y fingiendo que es negro. Por eso el reality de Marta Ortega en una sucursal de Zara fracasó estrepitosamente al descubrir sus compañeras que llevaba un Rolex en la muñeca, un fracaso que ha concluido en final feliz, como el viaje de ida y vuelta de John L. Sullivan a rodar comedias de alto copete.

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