De cara

El cochinillo que viene

Entre mentira y mentira de unos y otros, desmontadas ayer en su aspecto esencial por el desliz de Ujfalusi, el Kun pide respeto por un paso que le pone a malas con su conciencia. Como fue el propio jugador quien ya hace dos años escogió el adjetivo que colgar de la decisión que, todavía a hurtadillas, ahora pretende afrontar ("irme al Madrid sería traicionar a la afición, al club y a mis compañeros") no es necesario rebuscar eufemismos.

El Kun sabe que hiere con esa traición (posiblemente ya acordada), que destrozaría a quienes le concedieron un cariño extremo e incondicional. Pero le da lo mismo. Cosido a la coartada de una ambición personal que podría saciar en otros lugares (lo que consolaría a su gente y no le bajaría del santoral), a Agüero, respetuoso hasta el último detalle durante cinco años con esos de los que ahora se desentiende, ya no le importa hacer daño para crecer. Se cree inmune al desafecto que le espera. Está convencido de que el fútbol es más mentira que sus cualidades y que compensará un beso por otro, ya le vale incluso el de quienes le recibían ayer al grito de "muerto de hambre".

Sospecha el Kun que esa liturgia apasionada y radical que mueve el fútbol y dispara finalmente la cuenta corriente de los jugadores es un asunto lateral, artificial, fugaz y, por tanto, reversible. Tanto como su célebre frase "al Madrid, ni en pedo" con la que no hace mucho buscaba la complicidad de las tribunas. Pero se equivoca, a los hinchas, que son los resortes del fútbol, les cuesta digerir y olvidar este tipo de dolores.

Quizás la historia le conceda al Kun beneficios, reconocimiento, trofeos y gloria. No hace nada ilegal: cualquiera es libre de ejercer su trabajo allá donde desee mientras no rebase los límites que establece su contrato. Su pecado sólo afecta a la moralidad y los valores.

Pero el mismo derecho que asiste al Kun para buscar su destino sin miramientos lo tienen los aficionados ofendidos para responderle, siempre dentro de la ley, con incomprensión y palpables muestras de antipatía. A otros ya les costó afrontar semejante travesía. Hugo se llenó de laurel, pero ya nadie le quiso. Y Figo también ganó, pero su nombre se mantiene para siempre pegado a la cabeza de un cochinillo. Algo de eso le espera al Kun en cuanto culmine el paso que lleva planeado. Y tan respetable como su decisión será el desprecio que se lleve.

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