De cara

Cristiano se perdió en otro partido

El Madrid jugó dos partidos esta vez. Dos partidos en uno. El de todos para todos. Y el de uno para uno. Cristiano frente al mundo, como antes de su versión más generosa. Frente a Messi, por supuesto, frente a la noticia de sus tres goles al Mallorca. Frente a Higuaín (y aquí sí, y viceversa), frente a ese gol inmediato que ponía los focos encima del argentino. Frente a la cifra centenaria de tantos en el Madrid que el portugués tiene tan cerca y que no termina de tocar. Egoísmo, ansiedad, patología competitiva...

Cristiano no jugó esta vez para el Madrid, sino para sí mismo. En el fondo, contra sí mismo, porque fue el jugador luso el gran perjudicado de su egoísmo. A su equipo le costó apañárselas sin él (fue de más a mucho menos; pagó otra noche desaparecida de Özil, el defensivismo donostiarra, sus patadas excesivas, brutal la de Griezmann a Ramos), pero él no supo prosperar sin el equipo. Cuando CR7 agarraba la pelota, no veía compañeros, sólo portería. Acababa por su cuenta lo que recibía. Intentaba regatear lo que se le ponía por delante o directamente remataba. Probaba con una rabona, se jugaba la expulsión con una patadita por detrás, discutía con los de su bando, se desentendía... Se desesperaba por el paso de los minutos sin un trocito de gloria personal. Y, claro, fue así como acabó sin ella. El Madrid ganó (también lo logra si juega regular), pero su estrella no tuvo ningún peso. Lo hizo casi todo mal.

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