Del consejo editorial

Un país, dos mundos

FRANCISCO BALAGUER

Frente al 32 aniversario de la Constitución de 1978, no se puede decir que las tendencias negativas que se llevan manifestando desde hace años en nuestro sistema político hayan mejorado. Por el contrario, la crisis constitucional sigue siendo un factor constante, sin que se aprecien señales de cambio en los agentes políticos que hagan posible una revitalización del espíritu constitucional, más allá de la burda apelación permanente a un texto constitucional que se pretende interpretar desde fuera del espacio y del tiempo en que vivimos.
Parece claro que, si no la tuviéramos, hoy sería imposible dotarnos de una Constitución, como lo demuestra el hecho de que no resulte viable siquiera abordar las reformas más urgentes del texto del 78. Desde el punto de vista constitucional, la división entre el PP y el resto de las fuerzas políticas es de tal entidad que bien se le podría aplicar la reflexión que hiciera Paul Krugman hace algunos meses en The New York Times ("Senator Bunning’s Universe", 04-03-2010) acerca de las diferencias entre demócratas y republicanos: "Viven en dos universos moral e intelectualmente distintos".

Seguramente, la actitud arrogante de la derecha española tiene algo que ver con la conciencia de disponer de los resortes fundamentales del poder económico, lo que alimenta una mentalidad caciquil arraigada en nuestra cultura política. A ello se une el impagable servicio que la jerarquía católica viene prestando a los conservadores. Sean cuales sean sus actitudes privadas, los dirigentes del PP saben recompensar ese servicio con una específica concepción moral del orden social en el plano público. En el mundo en el que parece vivir el PP no deberían existir ni el divorcio ni el aborto, no es aceptable el matrimonio entre personas del mismo sexo en pie de igualdad con el tradicional y tendría que limitarse la inmigración, evitando así la amenaza que supone el aumento de la población que profesa otras creencias religiosas.

La cuestión es: ¿cuál es nuestro mundo? Porque da la impresión de que nuestros objetivos y principios se han reducido únicamente a salir de la crisis económica. Por supuesto que la superación de la crisis es absolutamente necesaria para devolver la esperanza a millones de personas que están en el paro. Pero no deberíamos perder en el camino nuestra identidad colectiva.

Francisco Balaguer es Catedrático de Derecho Constitucional

Más Noticias