Del consejo editorial

Una letra y seis meses

 

JUAN FRANCISCO MARTÍN SECO

Hace apenas un año circuló un chascarrillo en los medios financieros. ¿Cuál es la diferencia entre Islandia e Irlanda? Una letra y seis meses. Lo de la letra estaba claro; lo de los seis meses remitía al plazo en el que se pensaba que el tigre celta iba a encontrarse en la misma triste situación que el país del norte. Entonces parecía una boutade exagerada, ya que no era previsible que se pudiera repetir el desastre económico de Islandia. No obstante, ambos países tenían un rasgo común: eran pequeños y tenían un sistema financiero desproporcionado para su tamaño.

La llamada mundialización ha dejado al descubierto su enorme mentira. Bajo sus principios, muchas entidades financieras se han transformado en gigantescas multinacionales; en algunos casos, sobrepasan en tamaño y en potencia económica a los estados en los que han surgido. Se afirma que en este nuevo orden las empresas no tienen nacionalidad, pero lo cierto es que, tan pronto ha surgido la crisis, han comenzado las banderas a agitarse y las entidades financieras a reclamar protección de sus estados. Sin embargo, algunas eran tan grandes y sus países tan pequeños que los arrastraron al abismo. Este ha sido el caso tanto de Islandia como de Irlanda.
En concreto, el llamado tigre celta asumió todos los principios del capitalismo liberal, lo que propició una burbuja especulativa de enormes proporciones que si bien generó durante unos años tasas de crecimiento espectaculares, lo hizo a expensas de un fuerte endeudamiento. Los bancos, totalmente liberalizados, se hipotecaron en el exterior para conceder préstamos irresponsables en el interior. El descenso del valor del suelo y de la vivienda los puso contra las cuerdas. El Gobierno irlandés adoptó la peor solución posible: respaldó totalmente a sus bancos, no sólo garantizando el 100% de los depósitos, sino todos los pasivos bancarios.

El resultado es que hoy Irlanda se encuentra en una situación peor que la de Islandia, país que hizo recaer parte del coste de la insolvencia sobre los acreedores extranjeros, impuso el control de capitales y devaluó su moneda. Nada de esto le está permitido hacer a Irlanda, ya que pertenece a la eurozona. Los sucesivos ajustes lo introducen en una espiral descendente sin que se vislumbre la salida y sin que los mercados se tranquilicen. Todo a cambio de que los otros estados miembros salven no al país, sino a sus entidades financieras.

Juan Francisco Martín Seco es economista

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