Del consejo editorial

Saakashvili en Barcelona

 CARLOS TAIBO

Mijaíl Saakashvili, el presidente georgiano, pronunció en Barcelona, días atrás, una breve conferencia en la que dijo cosas de interés a efectos de entender cuál es la naturaleza de algunos de los aliados que la UE tiene en el este de Europa.
Empecemos por recordar que Saakashvili no parece alentar duda alguna en lo que hace a un proceso, el iniciado en el oriente europeo en 1989-1991, saldado, si así lo queremos, en dos retoños. El primero lo configuran las llamadas revoluciones de colores que, libres y democráticas, han defendido por añadidura la apertura de las economías de los países por ellas beneficiadas. Tras postular un discurso neoliberal intocado, como si nada estuviese pasando en el mundo, cabe entender que el presidente georgiano entiende que la entrada en la UE constituye una suerte de solución mágica para todos los problemas, sin que aprecie en la Unión ningún interés espurio ni, naturalmente, ninguna tentación imperial. Esta última queda circunscrita al segundo retoño, Rusia, un Estado de cuya condición europea conviene recelar y ante el cual se impone no tender puente alguno (en realidad, Saakashvili sólo realizó alguna declaración respetuosa hacia el pueblo ruso una vez que fue interpelado al respecto).

Quienes encabezan el Kremlin son, por lo demás, herederos de los dirigentes soviéticos de antaño y su conducta remite a un escenario similar al que cobraría cuerpo en Alemania si neonazis confesos ocupasen el poder. Esos dirigentes –se nos recuerda– bien que se cuidaron de no destruir el partido comunista y los ministerios represivos, circunstancia que ha facilitado "la conversión del KGB en el Politburó".

Por lo que se refiere, en fin, a lo ocurrido el verano pasado en Osetia del Sur y Abjazia, el presidente georgiano sostiene que ambas fueron ocupadas por la fuerza, por lo que cabe deducir sin ningún respaldo de la población local a las posiciones defendidas por Moscú. Los dirigentes rusos se entregaron, por otra parte, a una execrable purificación étnica que ha permitido una revisión unilateral de las fronteras. Georgia se limitó a responder a provocaciones –no tenía otra posibilidad–, de tal manera que carece de sentido atribuir responsabilidad alguna al Gobierno de Tbilissi, siempre respetuoso, en la percepción de Saakashvili, del derecho y de la multietnicidad. Y es que el presidente georgiano no aprecia en la Georgia que encabeza ninguna huella del totalitarismo que identifica con tanta facilidad en Rusia. Agreguemos, por cierto, que en la breve conferencia que nos ocupa no hubo hueco para ninguna mención a Estados Unidos (apenas cambió la cuestión en el diálogo posterior). Cada cual es libre de interpretar a su gusto si ello se debía a la naturaleza del escenario, que facilitaba las loas a la UE, o a cierto resquemor subterráneo ante la conducta norteamericana, acaso no en exceso solidaria a los ojos de Saakshvili,
del pasado verano.

Si hay que extraer una conclusión, esta se antoja sencilla: las palabras del presidente georgiano, siempre sin matices y transmisoras de un discurso plano, invitan a recelar seriamente de algunas de las apuestas que la UE blande en el oriente europeo, como invitan a dudar de que, con los mimbres enunciados, tengan solución razonable problemas muy complejos.

Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política

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