Del consejo editorial

Mujeres en el poder

CARMEN MAGALLÓN

Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

En estos días, Dilma Rousseff se ha convertido en la primera presidenta de Brasil, un hecho que se asume con naturalidad pero que no por ello deja de ser reseñable. No hay que olvidar que, aunque formalmente ya no se cuestione que una democracia de calidad exija no dejar la igualdad entre los sexos por el camino, la realidad se muestra más renuente y las presidentas o jefas de Gobierno siguen siendo escasas en el mundo. Pasó el tiempo en el que se esperaba que la llegada de una mujer a un cargo sería suficiente para mejorar la política, pero todavía nos alegra que ellas vayan alcanzando el máximo escalón del poder político y más si se trata de ponerse al frente de un país como Brasil, potencia emergente con vocación de ejercer un liderazgo regional y aún mundial.
La posible mejora que entraña la llegada de una mujer al poder suscita escepticismo, pero que haya una presidenta es ya una mejora democrática como lo fue en su día conseguir el derecho al voto, independientemente del signo ideológico hacia el que pudieran inclinar la balanza del poder los votos de las mujeres. Normalizar la igualdad es en sí una mejora, y también lo es que se visualice la diversidad de las mujeres, tradicionalmente pensadas bajo un molde común estereotipado. Y si las presidentas realmente existentes llevan a cabo políticas situadas en todo el espectro de ideologías es porque las mujeres no son todas iguales, ni responden a patrones preestablecidos, y su libertad tiene también expresión en el ejercicio de todo tipo de políticas.
Dicho esto, ¿es deseable un liderazgo femenino que vaya más allá de la repetición de los modelos existentes, variados en su ideología pero herederos todos ellos de la hegemonía patriarcal? Vista la actual situación, cambiar prioridades y ejemplificar otras formas de hacer política, aunque no sea fácil, sin duda es deseable. Para colaborar a este cambio, la mujer que llega a la jefatura de un Gobierno cuenta en su haber con el legado del movimiento social que iniciaron las mujeres como sujeto político colectivo, el feminismo, un movimiento del que la política común tiene mucho que aprender. Es desde la tradición feminista desde donde se pueden aportar nuevos enfoques a la política, al ejercicio del liderazgo y al poder mismo, aunque para no naufragar en el intento se necesiten complicidades y apoyos, también de los hombres. ¿Contará con ellos Dilma Rousseff?

Más Noticias