Del consejo editorial

Urbanismo de escaparate

CERME MIRALLES-GUASCH

Profesora de Geografía Urbana

Hace unos días se inauguraba una parte de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela. Se trata de un conjunto de edificios de dimensiones extraordinarias con un coste inicial de 108 millones de euros que ha llegado a los 400, y algunos pronostican que superará, con creces, esta cifra.

La parte que se ha abierto es la Biblioteca y el Archivo de Galicia, unos equipamientos que ya existían en la ciudad; lo que queda por terminar no tiene, aún, un uso claro. Este conjunto arquitectónico, proyectado en la última etapa del Gobierno de Fraga, de escala desproporcionada, utilidad dudosa y presupuesto desmedido, es la última muestra aparecida en algunas ciudades españolas de lo que algunos definen como "urbanismo de escaparate". Otro ejemplo podría ser la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, pues sigue un mismo patrón: una arquitectura desmesurada con un arquitecto estrella que la acredita y una inmensa sensación de ausencia en su interior. Son grandes decorados pagados con dinero público y sin ninguna propuesta de ciudad que los sustente.
De algún modo, estos proyectos colosales quieren imitar lo ocurrido con el  Museo Guggenheim de Bilbao. Sin embargo Bilbao, y de ahí su éxito, tenía un proyecto de ciudad en el cual se insertaba el museo. Tenía que dejar de ser una ciudad industrial obsoleta y reconstruirse como una ciudad implantada en una economía del siglo XXI. El mercado de Santa Caterina en Barcelona, a escala de barrio, podría también considerarse una obra monumental insertada en una política de renovación urbana de una parte de la ciudad, pues no sólo se ha reconstruido el edificio, sino que se ha dado una nueva vida a una actividad comercial, el mercado municipal, conservándolo y fortaleciendo su centralidad en la vida del entorno.
Otras ciudades, sin embargo, han confundido las políticas urbanas con la construcción de edificios emblemáticos –en una etapa en que la economía municipal permitía lujos, excentricidades y altos presupuestos–, sin preguntarse si la cultura, las artes y las ciencias requieren de estos edificios o si, por el contrario, el presupuesto destinado a la construcción y posterior mantenimiento ahogará las actividades culturales locales.
Son edificios que encumbran vanidades, ya sean políticas o profesionales, pero que poco o nada tienen que ver con la cultura y tampoco hacen ciudad.

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