Del consejo editorial

Del discurso a la agresión

CARMEN MAGALLÓN

En la polémica sobre la responsabilidad de los hechos violentos cometidos contra varios políticos, Gabrielle Giffords en Estados Unidos y el consejero de Cultura en Murcia, se debate sobre el papel que juegan algunos de los discursos de confrontación política que circulan en las respectivas sociedades. ¿Son los discursos los que
desencadenan la violencia? ¿Qué otros factores influyen? El modelo de Galtung sobre la violencia permite dar una primera respuesta de trazo grueso. Según este pionero de la investigación para la paz, los acontecimientos de violencia directa, como agredir o matar, reciben un impulso legitimador desde otros nichos de violencia estructurales y simbólicos. Para llegar a la agresión directa, hay que perder las inhibiciones que tenemos para atacar a un semejante y una vía es dejar de considerarlo como tal, deshumanizarlo. Algo que generalmente se logra a través de un discurso.
Algunos discursos establecen abismos insalvables por motivos ideológicos, creencias, preferencias políticas; en suma, por una diferencia que es convertida en desigualdad esencial y motivo para ubicar al diferente en un grupo subhumano y despreciable. En la historia, la violencia directa con mayúsculas, las grandes matanzas, fueron precedidas por discursos de odio que deshumanizaban al otro. No podemos quitar responsabilidad a los discursos de los que se alimentan los agresores.

Por eso es grave que la política sea ocupada por insultos y discursos de agresiva descalificación del contrario. Por la vía legitimadora de la
deshumanización o demonización de las posiciones del otro, se alienta la violencia, pervirtiendo con ello la principal razón de ser de la política, que no es otra que la cancelación del uso de la fuerza a la hora de dirimir las diferencias y tensiones entre intereses.

La vida pública necesita urgentemente serenar las palabras. Tengo muy presente la sabiduría de mis abuelas, labradoras del Bajo Aragón de Teruel, a las que muchas veces escuché decir que en las discusiones había que cuidarse de no decir "una palabra más alta que otra", metáfora de un respeto por la palabra que ha impregnado la cultura popular y que constituye una herencia de inestimable valor. Es lo menos que podemos pedir a quienes ocupan los foros políticos y mediáticos. La contundencia de las posiciones encontradas no está reñida con la integridad y salvaguarda de la dignidad, propia y ajena.

Carmen Magallón es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

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