Del consejo editorial

No será la última matanza

 

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Dando por supuesto que el ataque suicida del lunes fue obra de independentistas del Cáucaso Norte, se puede rastrear su origen hasta las dos guerras de Chechenia, cerradas en falso. Yeltsin perdió de forma vergonzante la primera (1994-1996). Putin ganó a duras penas la segunda, iniciada en 1999 y que le propulsó al Kremlin, y dejó el Gobierno y la represión en manos del siniestro Ramzán Kadírov. La guerrilla, debilitada, no puede lanzar operaciones de gran calado, pero sí ataques terroristas incluso en el corazón de Rusia.

Yeltsin llegó a aceptar en la práctica la independencia de Chechenia, pero en la mente de Putin no cabe tal sacrilegio, y menos cuando el virus secesionista infecta toda la región. El primer ministro se mira en el espejo de forjadores del imperio como Iván el Terrible, Pedro el Grande y Stalin, pero los chechenos y otros pueblos del Cáucaso no se sienten rusos. Irreductibles, sus rebeliones suceden siempre a etapas de sometimiento. Su lucha es hoy la misma del XIX y, aunque con componente islamista, en lo esencial es autóctona y no se inserta en la yihad global de Al Qaeda.

El conflicto del Cáucaso exige amplitud de miras y una imaginativa solución política que el actual liderazgo ruso no se plantea. Así que algo es seguro: la de Domodédovo no será la última matanza.
Cuando los rebeldes emplearon otros métodos, como tomar rehenes en un teatro de Moscú (2002) y una escuela de Osetia del Norte (2004), Putin ordenó asaltos que causaron centenares de muertos. Eso ayuda a entender el recurso a operaciones menos complejas y de fuerte impacto mediático, como detonar bombas en aviones, trenes o el metro.
El efecto contagio puede replicar atentados similares en otros países, ya que la seguridad no se centra en el acceso a los aeropuertos, sino en el paso a las zonas de embarque. El ataque puede exacerbar además el creciente racismo contra los no eslavos, que ya en diciembre causó graves incidentes en Moscú.

Ante las presidenciales de 2012, la escalada terrorista favorece a Putin, partidario de "perseguir a los terroristas hasta el retrete", frente a Medvédev, que sólo tiene el Kremlin en usufructo y en el que Occidente quiere ver la cara liberal del régimen. Uno encarna la Rusia eterna; el otro, quizá, la esperanza en una mejor. El primero lleva
clara ventaja.

Más Noticias