Del consejo editorial

Y al séptimo día…

PERE VILANOVA

Apareció el Faraón, que es como llaman despectivamente los manifestantes a Mubarak. La noche del 1 de febrero, al cumplirse una semana exacta del inicio de las movilizaciones, el mandatario apareció y lo que dijo, y lo que no dijo, quedó retratado al octavo día: el manual de la provocación. Organizada, planificada y, a día de hoy, semifracasada. O no. Este es un momento crucial que nos concierne a todos.

Hay dos aspectos del fenómeno en curso que llaman la atención. El primero es que puede darse por confirmado que la crisis ha alcanzado un nivel cualitativo decisivo, cuando el poder toma algunas decisiones que llegan "con un par de capítulos de retraso", pero que pueden hacer mucho daño. Las hordas de "contramanifestantes", la aparición de gran violencia, centenares de heridos, y sobre todo, inocentes muertos, todo habla por sí solo.
Mubarak dijo que, bien pensado, no se presentaría a las próximas elecciones. Gran noticia, ni siquiera Lady Ashton está ya interesada en esa propuesta, no digamos ya el último de los manifestantes de la plaza Al Tahrir.

Lo mismo hizo Ben Alí en Túnez horas antes de coger el avión para salir del país. La cuestión ya está en otro plano, por ejemplo, qué va a hacer el Ejército, del que cabe sospechar que, con su supuesta neutralidad, cree poder dar un margen al dictador. ¿Por y para qué?

El otro aspecto esencial es la sinergia entre las diferentes fuentes de información necesarias para saber qué sucede. Lo primero que hizo el régimen fue, lógicamente, controlar
férreamente radio y televisión, cortar la telefonía fija y móvil, por supuesto intentar bloquear internet y sus derivados (con éxito desigual), pero al final y sobre todo, ir a por Al Yazira y todos los corresponsales extranjeros. Las redes han jugado un papel importante para que la gente se sienta acompañada y, hasta cierto punto, informada. Pero al régimen lo que al final le preocupa es el periodista, y no sólo los de televisión. La televisión Al Yazira,
el martes por la noche estuvo brillante: ofreció en pantalla partida dos Egiptos. El de la TV oficial, con contenidos tan aburridos como ficticios, y al lado, en plano fijo, la plaza Al Tahrir. Aquella imagen, imbatible, del manifestante con una pancarta que decía: "Mubarak, ¡vete ya! Tengo los brazos cansados de tanto aguantar la pancarta". Hasta que llegó la horda, los matones, los primeros cócteles molotov, tiros y muertos. La protesta no debe quedarse en Al Tahrir, es la hora de la decisión política, desde Egipto y desde fuera.

Pere Vilanova es catedrático en Ciencias Políticas

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