Del consejo editorial

Aire contaminado

CARME MIRALLES-GUASCH

El aire envenenado que estos días respiran millones de españoles no es producto del anticiclón de los últimos días y, aunque están llegando o esperamos que lleguen las lluvias para que los niveles de polución bajen, la contaminación va a seguir ahí. Los índices, eso sí, oscilarán según la meteorología. Los medios de transporte, básicamente privados, emiten una cantidad sinfín de partículas que vician a diario el aire que respiramos, todos, y es una contaminación que nos mata. La comunidad médica al unísono lo ratifica informe tras informe, pero no parece que nos demos por aludidos. Por supuesto nosotros no nos sentimos responsables, aunque el humo salga de nuestros coches. Y poco nos importa apoyar medidas colectivas serias y a medio y largo plazo que puedan ir rebajando estos niveles de toxicidad. Tampoco los responsables políticos se sienten muy aludidos y parece que a lo que temen es a las multas de Bruselas por los índices máximos de contaminación.
Sin embargo, en muchas ciudades europeas desde hace años se van implantando medidas que, aunque despacio, van cambiando hábitos de movilidad de los ciudadanos, sobre todo en lugares donde se pueda prescindir del coche privado en los desplazamientos cotidianos. Las medidas tienen que ser multisectoriales, combinar distintas estrategias y adaptarse a los ritmos locales. Pero, a diferencia de lo que pasa en España, hay una política pública que tiene objetivos concretos.

En Barcelona, el nuevo Gobierno autonómico ha decidido, a pesar de todos los conocimientos científicos que relacionan incrementos de velocidad con aumento de contaminación y de accidentes de tráfico, eliminar el límite de circulación de 80 kilómetros por hora. Parece que los motivos son sólo ideológicos y no tienen ninguna base científica; están enraizados en razonamientos ya obsoletos, que identifican más velocidad con más prestigio social, aunque ello implique más accidentes, más contaminación y más consumo de energías no renovables.
Sin embargo, la realidad es muy tozuda y el anticiclón nos ayuda a recordarlo en un ámbito, además, donde todos somos víctimas, como es la contaminación atmosférica. Da igual dónde vivas, a qué colectivo social pertenezcas, qué trabajo tengas. El aire es común y las consecuencias de respirarlo las compartimos todos.

Carme Miralles-Guasch es profesora de Geografía Urbana

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