Del consejo editorial

Sobre ciencia e ideología

 ÓSCAR CELADOR ANGÓN

Es sorprendente la facilidad que tenemos en este país para convertir a un héroe en villano o viceversa. En cuestión de semanas, los sectores más conservadores de la sociedad española han pasado de reclamar a Barack Obama como un ejemplo a seguir gracias al papel que la religión desem-
peñó en su toma de posesión, a convertirle en un símbolo de la decadencia moral debido a las políticas que su Administración acaba de aprobar en materia de aborto e investigación con células madre. Lo curioso es que los actos del presidente eran fácilmente predecibles.

Las creencias religiosas de los candidatos desempeñan un papel muy destacado en las elecciones presidenciales estadounidenses. No es casual que ante los electores se hiciera hincapié en que el Partido Demócrata presentaba a un candidato convertido al cristianismo (Obama) y a un católico progresista (Joe Biden), y los republicanos, a un anglicano (John McCain) y a una activista evangélica (Sarah Palin); o que el aborto o el matrimonio homosexual centraran parte de la campaña.

La toma de posesión de Obama se caracterizó por el protagonismo de la religión. Así lo reclaman la cultura y la historia estadounidenses, pero eso no significa un guiño a las confesiones religiosas. Obama se limitó a seguir el ritual que utilizara Abraham Lincoln, el presidente que abolió la esclavitud; de ahí, por ejemplo, que jurase su cargo y lo hiciera con la misma Biblia, que durante la ceremonia de proclamación un pastor rezara el Padrenuestro o el capellán de la Casa Blanca bendijese su primer almuerzo como presidente.

La alternancia entre demócratas y republicanos en la Casa Blanca se ha trasladado a las políticas federales sobre el aborto y la investigación con células madre. La Administración Reagan prohibió que el dinero federal financiara a organizaciones abortistas fuera de Estados Unidos; Bill Clinton revocó esta prohibición en 1993; George Bush la reestableció en 2001 y Barack Obama ha vuelto a la senda que en su día marcó Clinton. Sólo a un observador despistado le sorprendería que entre las primeras medidas se incluya el levantamiento de la prohibición de financiar tanto a las organizaciones estadounidenses que practiquen el aborto o proporcionen servicios relacionados con la interrupción del embarazo en el extranjero, como a aquellas dedicadas a la investigación con células madres.
A pesar de que el fondo de ambas políticas se revista de conflicto ideológico, lo cierto es que el debate real no tiene un contenido moral o religioso, sino económico. Con independencia de que los futuros avances médicos sirvan para curar enfermedades como el párkinson, el alzhéimer, la esclerosis o el cáncer, la nueva regulación intenta poner la ciencia médica al servicio del ser humano, pero también los fondos federales que forman parte del paquete dedicado al estímulo de la economía estadounidense.

Las políticas de la Administración Bush y, en concreto, el recorte del dinero público dedicado a la investigación con células madre han relegado a un segundo plano a los potentes equipos de investigación y a las multinacionales farmacéuticas estadounidenses, con la consecuencia de que la primera potencia mundial ha pasado de ser pionera a enviar a sus investigadores a terceros países donde existen más recursos económicos y la excelencia investigadora es superior en este ámbito.

Óscar Celador Angón  es Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado

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