Del consejo editorial

A favor de las vías pacíficas y no-violentas

CARMEN MAGALLÓN

En una crisis como la de Libia no parece haber espacio para las vías pacíficas y no-violentas. Desde la aceptación de las carencias, confieso mi respeto por la opción de quienes en estos días están colocando la responsabilidad de proteger por delante de sus convicciones pacifistas, dando un apoyo matizado, con todo tipo de acotaciones, a la intervención armada en ese país. Pero ni aun así comparto ese apoyo.

Lo que me inclina a la resistencia es que apoyar la vía armada es continuar con la inercia violenta, y que si seguimos acogiéndonos a las inercias establecidas, legitimadoras del uso de la violencia armada, nunca cambiará el horizonte de posibilidades de acción. La convicción de que lo más efectivo para frenar a un dictador que dispara contra su pueblo desarmado es el uso de las armas está tan arraigada en las mentes y en las estructuras sociales que actuar, en este caso, pasa a ser sinónimo de responder con la fuerza. Y sin embargo, la vía iniciada, la intervención armada de una coalición internacional, aún amparada por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que le otorga legitimidad en el contexto legal internacional, tampoco está claro que vaya a lograr su objetivo de proteger a la sociedad civil. Las contradicciones están por doquier, pero la inercia se impone.

La pregunta ¿qué oportunidades se han dado a otras vías de solución? queda en el aire. ¿Hubiera sido posible poner en acción medidas de presión, económicas, políticas, de suficiente calado como para ser efectivas? No lo sabemos. Desde fuera del poder no es fácil saber lo que el poder puede. La evidencia de lo posible está contaminada; en ella, las vías pacíficas no están a disposición, no están incorporadas en las culturas como pautas efectivas. Y, sin embargo, acabar con la violencia es una condición para la supervivencia, algo que no propician precisamente las armas. Más bien al contrario, el embellecimiento de su uso, el presentarlas como necesarias, las perpetúa, y con ellas, también la violencia se perpetúa.

De fondo, la contradicción fundamental que encuentro en la guerra justa es que, para defender derechos humanos o vidas humanas, se eliminen otras vidas humanas, que no dejan de ser igualmente valiosas.

Carmen Magallón es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

Más Noticias