Del consejo editorial

¿A alguien le importa Kosovo?

CARLOS TAIBO

La decisión de retirar los soldados españoles presentes en Kosovo ha suscitado una casi unánime reacción de repulsa que se ajusta, bien es cierto, a razonamientos varios. Así, si los unos invocan los deberes de solidaridad dentro de la OTAN, los otros consideran que la medida debió tomarse un año atrás, y no faltan quienes –por dejar las cosas ahí– aprecian garrafales errores en materia de relaciones diplomáticas. Tiene su gracia comprobar, de cualquier modo, cómo un hecho nimio se convierte a los ojos de muchos en un inquietante indicador de ruptura con una gran potencia, Estados Unidos, a la que –parece– toca ofrecer un permanente tributo de pleitesía.

En un debate tan lastrado por prejuicios y elementos emocionales, y en un magma de esencialismo estatalista, pocos han tenido a bien preguntarse si la razón de fondo esgrimida por las autoridades españolas se sustenta en algún fundamento sólido. Tal vez porque casi todos, pese a discrepar de la medida en virtud de una razón u otra, al cabo consideran que la retirada –formas aparte– está justificada o, al menos, puede disculparse. Nada más sorprendente cuanto que las explicaciones oficiales chirrían por todas partes.

En realidad, ninguna atención prestan –no nos engañemos– al escenario kosovar, convertido sin más en una excusa para dirimir celtibéricas disputas. Es verdad, con todo, que la reiterada afirmación que señala que Kosovo no es en modo alguno Cataluña, Euskadi o Galicia –toda vez que su historia reciente da cuenta de acontecimientos trágicos que, bien que olvidados en estas horas, no se han registrado en esos tres lugares– deja un tanto perplejo: si ello es así, y es la singularidad kosovar la que ha abocado en un proceso de independencia unilateral, ningún motivo habrá para que ocurra lo mismo en Cataluña, Euskadi o Galicia, y ningún recelo deberá suscitar, entonces, el mantenimiento de los soldados en el noroeste de Kosovo.

El esencialismo que hemos invocado conduce, por lo demás, en el caso de nuestros gobernantes, a la reiterada afirmación de que Kosovo es Serbia, cabe suponer que cimentada en el contundente argumento de que eso es lo que rezan las leyes de este último país. La incuestionable afirmación, tan cara a nuestros líderes de opinión, de que la independencia unilateral de Kosovo conculca las normas del Derecho Internacional rara vez se ve acompañada, entre tanto, del recordatorio de que este último hace poco más que refrendar lo que rezan las leyes internas de los Estados, nada propicias, de siempre, a acatar procesos de autodeterminación y de eventual secesión, por mucho que estos últimos configuren una respuesta -no estoy afirmando que este sea necesariamente el caso kosovar– a viejas políticas de represión y exhiban un rotundo marchamo democrático.

Para cerrar el círculo de desafueros, apenas se han dejado escuchar en estos días –la censura al respecto es tan evidente como irritante– las opiniones de quienes, más allá de las disputas que genera el contencioso kosovar, recelan de oficio de las bondades de un intervencionismo, el que nos venden, que sólo en virtud de alguna circunstancia azarosa tiene algo, hablando en serio, de humanitario.

Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política

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