Del consejo editorial

Mayo y el Triángulo de las Bermudas

PERE VILANOVA

Catedrático de Políticas

En el supuesto –muy improbable– de que un político me pidiera una opinión sobre lo que está sucediendo en decenas de ciudades de este país, ante el alud de análisis en curso en nuestros medios de comunicación, me limitaría a dos o tres comentarios.
Parece evidente que la crisis económica internacional es el contexto genérico "ideal" para tanto malestar, pero lo que hace realmente transversal y unifica el descontento colectivo no es la crisis: es el abismo entre "ellos" (los partidos políticos, todos) y "nosotros" (la gente de a pie en toda su heterogeneidad). Y todos quiere decir todos, pero claro, a los dos más grandes y más potentes se les va a exigir mucho más. Si quieren (sus dirigentes) ser escuchados y aceptados, pueden adquirir por ejemplo tres compromisos. Uno: rehabilitar la diferencia entre responsabilidad judicial y responsabilidad política, salvando siempre la presunción de inocencia de un imputado, pero no buscando en las urnas lo que se resolverá ante un tribunal. Es decir, no imputados en listas electorales. Dos: comprometerse a las reformas legislativas (el parlamento es legislador soberano para ello) necesarias para que en pago de una hipoteca la entidad financiera sólo pueda quedarse con la casa, no con la vida del afectado, de su familia y de sus descendientes. Hay países (democráticos) donde esto es así por ley y el argumento de que se restringiría el crédito es tan absurdo como que de todas maneras no hay crédito, pero sí hubo rescate financiero a costa del contribuyente. Tres: comprometerse a no seguir patrimonializando y contaminando instituciones cuya independencia o autonomía funcional afirmó en su día el legislador (al menos en teoría). Nos referimos al Tribunal Constitucional, al Consejo General del Poder Judicial, a los entes corporativos de medios de comunicación públicos, al Tribunal de Cuentas y, por su actualidad, la Junta Electoral Central. Sus disfunciones actuales son responsabilidad -o así lo percibe la gente-de quienes nombran a sus miembros, no de dichas instituciones en si mismas, que en otros tiempos funcionaron mejor. ¿Y quién les nombró? Los partidos, pero sobre todo, dos de ellos. Ah, y que rehabiliten el lenguaje, para que la distancia entre lo que piensan, dicen y hacen no sea visto como el triángulo de las Bermudas.

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