Del consejo editorial

Vuelve la Alianza de Civilizaciones

CARLOS TAIBO

La Alianza de Civilizaciones que han promovido en los últimos años los primeros ministros de España y de Turquía parece adquirir un impulso nuevo en estas horas de la mano del apoyo, bien que relativo, dispensado por el presidente norteamericano, Barack Obama.

El simple recordatorio de la condición de algunas de las críticas que la Alianza ha suscitado invita, como poco, a la prudencia en lo que hace a la tarea de contestar el proyecto de Rodríguez Zapatero y Erdogan. Recuérdese al respecto, sin ir más lejos, que el ex presidente del Gobierno español, José María Aznar, interrogado años atrás sobre la Alianza en cuestión, respondió que era firme partidario de ella, en el buen entendido de que no hacía falta crearla, toda vez que ya existía y tenía nombre y apellidos: la Organización del Tratado del Atlántico Norte...

Pero, salidas de tono aparte, la iniciativa que nos ocupa arrastra como poco dos problemas. El primero –admitámoslo– tiene un cariz menor y remite a una circunstancia a menudo olvidada: quienes en su momento decidieron elegir el término Alianza de Civilizaciones, a buen seguro que lo hicieron con el propósito de dar réplica al polémico choque de civilizaciones que había identificado el ya fallecido Samuel Huntington. Al hacerlo, y acaso sin querer, dieron por bueno que las civilizaciones existen y tienen perfiles contrastados, asunción muy delicada que merece una discusión seria que hasta el momento se ha esquivado.

Mayor enjundia tiene el segundo de los problemas, que asume la forma de un ejercicio intelectual que, tan confuso como interesado, se materializa en una carencia decisiva: el armazón teórico de la Alianza de Civilizaciones invita a distinguir con claridad el ámbito de lo civilizatorio, lo cultural y lo religioso, por un lado, y del terreno propio de los hechos económicos y militares, por el otro. Al actuar de esta manera, da pie a un diagnóstico torcido de lo que tenemos entre manos en el planeta contemporáneo. Y es que nuestros principales quebraderos de cabeza no nacen, como viene a sugerírsenos, de la existencia de civilizaciones presuntamente enfrentadas: beben, antes bien, de la presencia de dramáticas desigualdades económicas que reclaman, para su mantenimiento, de poderosas instituciones militar-represivas.

Concretemos el argumento, para entendernos, en el área geográfica que nos es más próxima: el reto principal que se revela en el Mediterráneo en el inicio del siglo XXI no es el que surge de la supuesta existencia, en las riberas septentrional y meridional de ese mar, de dos civilizaciones distintas. El problema mayor se deriva, antes bien, de un hecho preciso: la renta per cápita en la primera de esas orillas es quince veces superior a la que se registra en la segunda. Y hay que preguntarse qué es lo que la Alianza de Civilizaciones –en un escenario otrora marcado por el debilitamiento de las capacidades económicas y sociales de los poderes públicos, y lastrado ahora por su franca supeditación a inconfesables intereses financieros– ha hecho en el pasado, y se aprestar a hacer en el presente, más allá de toda una parafernalia de buenas intenciones, para encarar la resolución, urgente, del problema correspondiente.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política

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