Del consejo editorial

Balance más agrio que dulce de la 'primavera árabe'

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Periodista

El balance es más agrio que dulce a los seis meses de la inmolación de un vendedor ambulante en Túnez que precipitó la Primavera Árabe. Las dictaduras tunecina y egipcia se derrumbaron y el precio en sangre se antoja barato frente al que luego se pagaría sin tanta rentabilidad en Libia, Siria, Yemen o Bahrein. Se llegó a soñar con que la democracia se impondría en todo el mundo árabe con la misma facilidad con la que la caída del Muro de Berlín arrastró a un imperio soviético que, pese a su deriva totalitaria, alimentó largo tiempo los ideales de la izquierda.
La mayoría de las fichas del dominó sigue en pie. Libia, partida en dos, sufre una guerra civil en la que Occidente apoya a los rebeldes sin poder derribar de momento a Gadafi, objetivo que ni siquiera marca el mandato de la ONU. En Siria, pese a la represión brutal, ni Obama ni sus aliados mueven un dedo, y asusta pensar qué ocurrirá si lo intentan. En Yemen, vivero de Al Qaeda, el cambio se supedita a la suerte de un dictador que vive el exilio temporal al que partió para curarse sus heridas de guerra. En Bahrein, el vecino saudí ha impedido manu militari que la mayoría chií liquidase la monarquía feudal, ante la pasividad de Estados Unidos, con una base vital allí para controlar a Irán. En Arabia Saudí se ahogan las tímidas protestas mientras calla Obama, enfático defensor de la democracia en la región, pero nada dispuesto a comprometer los intereses geoestratégicos del imperio. En Argelia y Jordania, aperturas cosméticas frenan de momento estallidos graves, mientras que, en Marruecos, la nueva Constitución, con más ambición de la que hubiera sido posible sin protestas, queda lejos de poder transmutar una monarquía autoritaria en una democracia parlamentaria.
Sobran motivos para el escepticismo, como evidencian que la fuerza de la calle no iguala aún la del poder absoluto, el escandaloso doble rasero en Occidente, el temor exacerbado al integrismo islámico, el olor a neocolonialismo de cualquier intervención exterior o las dificultades de crear instituciones democráticas donde hoy rige el control policíaco. Sin embargo, pese a tanta incertidumbre, persiste la esperanza, y todo es posible mientras la pelota siga en juego.

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