Del consejo editorial

Retorno y percepción

ANTONIO IZQUIERDO

Por qué emprender una política de retorno si se sabe que no va a tener éxito? Ciertamente el volumen de inmigrantes que retornan de manera asistida es muy escaso en relación con la intensidad del desempleo. La mayoría de los regresos van por libre. Entre 2006 y 2007, sin recensión, más de 300.000 extranjeros salieron de España, y en 2003 casi 700.000 se fueron de EEUU. La lección es que hay más movimiento cuando la economía crece. ¿Cuáles son las razones para quedarse cuando pintan bastos y qué motivos hay para organizar programas de retorno?

Veamos lo que sucede entre Estados Unidos y México. Los mexicanos "hacen lo posible para no volver". Según los estudios del CCIS de la Universidad de California, San Diego, primero disminuyen el consumo, aligeran las cargas familiares y comparten gastos de vivienda con otros inmigrantes. Por fin, reducen las remesas y buscan empleo en otros sectores de actividad o en otros estados menos afectados. La estrategia es resistir, porque el carácter de los migrantes no es la resignación.

Además, la crisis golpea en México con más fuerza y confían más en la capacidad estadounidense para salir antes de esta calamitosa situación. Con la emigración se persigue el trabajo y ganar más, pero también una buena educación para los hijos y subirse al ascensor social. Emigraron como una alternativa a la falta de oportunidades y ahora no piensan que en el origen la perspectiva sea mejor que en el destino. El mundo ha cambiado y las motivaciones para emigrar no son únicamente laborales.

De modo que hay menos emigración hacia EEUU porque hay menos trabajo, pero también hay menos retorno porque hay menos confianza en el país de origen. Si a lo anterior le sumamos el aumento de la vigilancia fronteriza, el resultado lógico es que "en época de tribulaciones no hay que hacer mudanzas".

La disminución de los flujos es sólo uno de los resultados de la crisis; el otro es el auge de la percepción proteccionista. En México ya cunde la alarma imaginando el retorno como la explosión de la pobreza y entre los estadounidenses, las repatriaciones (573.000 en 2007) son el placebo para la inseguridad. Pero ni uno ni otro Gobierno ponen en práctica políticas de retorno compartidas que atemperen estas sensaciones exageradas.

¿Nos abandonamos, entonces, al retorno libre e imaginado o emprendemos programas insuficientes? Las políticas que regulan las migraciones tienen dos objetivos: la gestión del movimiento y la formación de la opinión pública. Y las políticas de retorno forman parte de esa regulación de los flujos. Así que importa el número de retornados asistidos pero también su impacto en la percepción. Pues lo que crece en las crisis es la demanda de un control injusto sobre las entradas y salidas y, sin duda, un programa de retorno es más transparente que uno de repatriaciones masivas. Mejor asistir el retorno y disuadir a los inmigrantes potenciales que expulsar a los que están ya aquí dentro. En este sentido, es preferible una acción de los gobiernos implicados que achique el espacio del racismo, al laissez faire.

Antonio Izquierdo es catedrático de Sociología

Más Noticias