Del consejo editorial

Aeropuertos, dinero contante y sonante

Carme Miralles-Guasch

Profesora de Geografía Urbana

Necesitamos cash, dinero contante y sonante, y como todo hijo de vecino en esta situación necesitamos vender patrimonio. El Ministerio de Fomento ha decidido privatizar, vía concesión a 20 años prorrogables, los aeropuertos de Barajas en Madrid y el Prat en Barcelona, las joyas de la corona del sistema aeroportuario español. Y los ha valorado en 5.300 millones de euros, ingresos que no irán a reducir el déficit público, aunque es dinero que no tendrá que pedir a los mercados. Pero la gestión de los aeropuertos no puede obedecer a un razonamiento tan simple, pues está en juego el futuro de las conexiones internacionales de España.

En primer lugar, recordemos algunas cifras. El nuevo aeropuerto de Barajas, la Terminal 4, costó casi 7.000 millones de euros y la ampliación del Prat, la T-1, más de 3.000 millones. En total, unos 10.000 millones que en su día pedimos prestado a los mercados. Sin embargo, la T-2 de Barcelona, inaugurada para los juegos, está casi vacía, y en ella operan sólo las compañías de bajo coste, compitiendo directamente con los aeropuertos de Reus y Girona, que también se ampliaron recientemente para ubicar precisamente a estas compañías.
Desde hace muchos años, la sociedad civil catalana, de forma insistente y unánime, reivindica la necesidad de gestionar sus aeropuertos desde las administraciones catalanas argumentando que estos son una pieza clave del tejido socioeconómico de su hinterland y que, además, una gestión centralizada de todo el sistema aeroportuario como el español es una anomalía a nivel mundial que no tiene ningún sentido. Unas argumentaciones que parecen haberse desvanecido, pues lo que interesa es privatizar. Tener cash.
Sin embargo, privatizar aeropuertos tiene un riesgo añadido, pues si el operador privado no está expuesto a la competencia, como ocurre con muchos aeropuertos, aumenta el riesgo de crear monopolios privados, y los usuarios pueden acabar pagando precios más altos y recibir menor calidad. Como bien dice Ginés de Rus, no sólo importa por cuánto se vende, sino a quién y qué pasa después de la venta. Es decir, cómo el sector público controla que las empresas privadas garanticen a las compañías aéreas y a los usuarios una gestión eficaz y equilibrada.

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