Del consejo editorial

Ferrocarriles

 CARME MIRALLES-GUASCH

Hace algunos años se decía en los foros sobre transporte que el tren, invento del siglo XIX, en aquellos países donde hubiera superado el siglo XX, sería el transporte de viajeros (¿y por qué no de mercancías?) del siglo XXI. Por suerte, España entra en esta categoría a diferencia de muchos otros países, especialmente latinoamericanos, donde el ferrocarril sucumbió a las modernidades del siglo pasado. Sin embargo, es necesario apostar por él para que sea decididamente el transporte del presente siglo, como parece que así es.
España será el país con más kilómetros de alta velocidad, lo que está configurando un nuevo mapa del territorio, donde algunas ciudades se acercan y otras no, una aproximación no en distancia sino en tiempo, la unidad actual de medir nuestros trayectos. Además, el tiempo de los viajes en ferrocarril es un tiempo sin estrés y sin congestión, un tiempo de lectura, de conversación o de ver el paisaje. Es un tiempo distinto al de otros medios de transporte, mucho más cálido y aprovechable. Aunque, si bien esto es cierto en alta velocidad, no es así en todos los trayectos, especialmente en los más cotidianos, en los más cercanos.

Al inicio de la construcción de la alta velocidad, se difundió la idea que esta se contraponía a los servicios de recorridos regionales y de cercanías, y que eran estos y no aquellos los más prioritarios. Sin embargo, en la medida que los trayectos de alta velocidad se van poniendo en marcha y el tren se convierte en un modo de transporte válido también para las clases medias de mediana edad –que durante tanto tiempo lo habían abandonado–, se va valorando su eficacia y con ello se apuesta por más ferrocarril desde la ciudadanía. Una apuesta que incide no sólo en los trayectos medios y largos en alta velocidad, sino en todos ellos, sean cercanías

o regionales.

Así, desde la percepción directa y compartida por muchos ciudadanos de que el ferrocarril es un medio de transporte útil y competente respecto a otros medios de transporte, se aprecian con más claridad y se denuncian con más firmeza las deficiencias en otras redes y en otros territorios. Las carencias en cercanías de las grandes ciudades españolas, la falta de electrificación y las vías únicas de ciertas líneas, la situación errónea de algunas estaciones, demasiado alejadas de los centros urbanos, entre muchas otras.

La aparición de todo ello, las quejas que se producen por parte de sus usuarios y las noticias de prensa que se hacen eco de ello indican que el ferrocarril no ha fallecido como medio de transporte, todo lo contrario, que esta más vivo que nunca y que lo percibimos, cada vez con más claridad, como un excelente medio de transporte para todos y no sólo para aquellos colectivos que no pueden utilizar otros medios.
Y esto es fundamental para que aparezca con más nitidez y contundencia en la agenda política. Porque la alta velocidad, al contrario de lo que se creía, ha visualizado la utilidad de este medio de transporte en todos sus niveles y recorridos. Aún nos falta mucho, pero parece que el siglo XXI va a ser el del ferrocarril.

Carme Miralles-Guasch es Profesora de Geografía Humana

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