Del consejo editorial

Atropellos del poder y castigos electorales

José Manuel Naredo

Economista y estadístico

Hasta hace poco el poder trataba de convencer a los ciudadanos y/o súbditos de la bondad de sus acciones de gobierno. De ahí arranca la famosa frase "venceréis, pero no convenceréis", del histórico discurso de Unamuno en Salamanca, cuando las tropelías del franquismo se adornaban con la retórica fascista del momento. Paradójicamente, nuestros democráticos gobernantes de hoy ya no tratan de convencer, sino de hacer y deshacer a su antojo, manejando el patrimonio público y practicando políticas antisociales que contradicen sus propios programas y promesas electorales.
En cuanto se encaraman al poder local, autonómico o central, obteniendo el mínimo de votos necesario para ello, nuestros gobernantes no se recatan en endeudar y en malversar el patrimonio público a golpe de privatizaciones, recalificaciones, concesiones o contratas, que suponen servidumbres o peajes en la sombra que la población ha de soportar durante muchos años. Ahora estamos sufriendo las consecuencias de tanto practicar esta política de saqueo y adelgazamiento de lo público, de pan para hoy y hambre para mañana, con el agravante de que en el río revuelto de la crisis se acentúan las ansias de los pescadores, precipitando aún más tales prácticas de espaldas a la ciudadanía. Decisiones tan fuertes como las de cambiar la Constitución, privatizar las cajas de ahorros –tras inyectarles dinero público– o Aena y la lotería, han sido tomadas por el Gobierno, con el simple acuerdo del PP, sin debate ni consulta pública alguna, al igual que la postrera decisión de regalar Rota a los afanes bélicos estadounidenses. Semejante consenso bipartidista ha animado al Gobierno madrileño de Esperanza Aguirre en sus empeños privatizadores, que alcanzan incluso a una entidad tan saneada y solvente como Canal de Isabel II, sin preocuparse de justificar, sino más bien de soslayar, las oscuras razones que los impulsan.
Tan despótico y consensuado bipartidismo erosiona el apoyo electoral de los gobiernos, sin suscitar entusiasmo en la alternancia. No es el afán de elegir, sino de echar a un candidato o a un partido del Gobierno lo que acaba moviendo al electorado. Pasó con González y con Aznar, pasa con Zapatero... y va camino de pasar con Aguirre.

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