Del consejo editorial

La jugada se repite en Corea

 CARLOS TAIBO

En el último decenio las diferencias entre Corea del Norte y EEUU han producido la misma noticia media docena de veces. Una vez alcanzados acuerdos de presunto carácter definitivo, las diferencias renacen. Mientras EEUU aduce que Corea del Norte incumple, en este caso de la mano de pruebas nucleares –nunca está claro, por cierto, si son tales– y lanzamientos de misiles, lo pactado, los dirigentes norcoreanos replican que la Casa Blanca no ha satisfecho lo estipulado en términos de ayuda económica y reconocimientos externos.

En un escenario en el que las grandes potencias se reservan un derecho exclusivo a disponer de armas nucleares –como si su conducta en todos los ámbitos fuese irreprochable–, lo cierto es que existe un estímulo permanente para que Corea del Norte prosiga con sus programas, y ello tanto en lo que atañe a las armas atómicas como a los misiles balísticos: unas y otros configuran su única carta importante a la hora de ejercer presión sobre las potencias occidentales. A lo anterior conviene agregar que hasta hoy EEUU no se ha sentido particularmente incómodo con la situación. Tal vez porque en momento alguno ha otorgado a Corea del Norte un relieve singular.

El tono de la política norteamericana queda bien retratado de la mano de una respuesta que Paul Wolfowitz, muñidor años atrás de la política exterior de Bush, emitió ante una pregunta tan interesante como delicada: ¿por qué la Casa Blanca se halla tan molesta con un programa nuclear militar, el iraní, que en el mejor de los casos es una promesa de futuro, y en cambio se ha revelado a menudo relajada ante el programa norcoreano, una realidad palpable por mucho que no falten las dudas sobre sus dimensiones precisas? Wolfowitz, que no tiene pelos en la lengua, replicó que en Corea no había petróleo o, lo que es lo mismo, que el relieve geoestratégico y geoeconómico de la península en modo alguno podía homologarse al del Oriente Próximo.

A tenor de lo ocurrido los últimos años, y con estos mimbres, lo más sencillo es que la crisis se desactive una vez más. De ser así, Pyongyang anunciará por enésima vez el cierre de instalaciones y programas, en tanto Washington asumirá la concesión de nuevas ayudas y declarará pelear por una plena normalización de las relaciones con Corea del Norte. De la mano de los fuegos de artificio que la retórica proporciona, la crisis habrá deparado a Barack Obama, por lo demás, una interesante oportunidad de demostrar que no le falta energía a la hora de dar réplica a los amigos de Estados Unidos. De paso el presidente norteamericano habrá parado los pies a quienes piensan que se ha relajado en demasía en lo que atañe a los programas atómicos ajenos, los mismos que extrajeron conclusiones precipitadas de la inclusión de Israel en una lista de países que, según la Casa Blanca, deben renunciar a sus programas nucleares militares.
Aunque, puestos a buscar señales de repetición de lo tantas veces visto, ahí está la que ofrece el grueso de nuestros medios de comunicación, siempre inclinados a calificar de desafío y amenaza lo que hacen los gobernantes norcoreanos, y siempre renuentes a emplear esos mismos términos cuando somos nosotros los que olvidamos las reglas del juego más elementales.

Carlos Taibo es profesor de ciencia política

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