Del consejo editorial

Irán, ¿la guerra de Obama?

Luis Matías López
Periodista

Obama heredó dos guerras. De Irak se ha retirado dejando atrás un avispero. De Afganistán promete irse en 2014, y no legará ni libertad ni prosperidad, ni siquiera paz. En su secuela paquistaní, mató a Bin Laden, pero los daños colaterales de sus aviones no tripulados dejan un alarmante rastro de resentimiento en su inestable, nuclear y estratégico aliado. En Libia, jugó un papel decisivo, pero no el de líder. Por fin, en la guerra moral –combatir el terrorismo sin los excesos de Bush–, sus logros son muy discutibles, como revela la vergüenza de Guantánamo.

Obama no ha tenido aún su guerra, pero podría no estar lejos si decide ponerse el casco de comandante en jefe. Sería un disparate, una aberración, pero no un imposible. Hay un claro enemigo: Irán; un objetivo que comparten sus aliados: frenar el supuesto designio atómico de los ayatolás; y un aliado, Israel, dispuesto a todo si EEUU le respalda, o a empujarle si se resiste. Por menos que eso, Bush invadió Irak.

Resuenan los tambores de guerra: escalada de sanciones para estrangular al régimen islámico, pruebas de misiles y amenazas iraníes de bloquear el estrecho de Ormuz, réplica norteamericana de que no lo permitirá, y asesinatos de dirigentes y científicos nucleares tras los que se vislumbra la larga mano del Mosad y la CIA.

Un régimen que propició un fraude electoral clamoroso, reprime a la oposición, ejecuta a adúlteras y encarcela a homosexuales no puede esperar simpatías en Occidente, ni que se acepte sin alarma que sea potencia atómica. Pero se entiende que sus dirigentes, que ven cómo un puñado de bombas blinda la dictadura norcoreana, jueguen esa peligrosa baza y denuncien el doble rasero que permite cerrar los ojos a las cerca de 200 bombas nucleares que atesora el Estado judío.

Cuesta imaginar que Israel lance una operación quirúrgica contra el programa atómico iraní, pese al riesgo de escalada y desestabilización de toda la región, sin el respaldo expreso de EEUU. Pero no es inverosímil que, poco antes de las elecciones, cuando el voto judío alcance su máxima cotización, se fuerce ese apoyo, incluso a posteriori. Sería la guerra de Obama, la apertura de la caja de Pandora y una vergüenza para el Nobel de la Paz.

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