Del consejo editorial

¿Cada vez aprenden menos?

 JORGE CALERO

Qué se aprende en las escuelas? Esta pregunta, tan relevante, es contestada muy a menudo con un "cada vez menos". Pero seamos más precisos: en la escuela se aprenden conocimientos y se aprenden actitudes. Aunque no sea exactamente la misma dicotomía, se podría decir que se aprende a trabajar y, también, se aprende a ser persona. Por tanto, cuando alguien afirma que en la escuela se aprende "cada vez menos", conviene que precise si se refiere a una cosa o a la otra.
Son dos funciones que conviven en un equilibrio difícil e inestable. Al comparar diferentes sistemas educativos, de diferentes países o en distintos momentos en el tiempo, vemos que se da prioridad a una u otra función. En un extremo, incluso, se sitúan los modelos cuya prioridad es la formación de personas felices. En otro extremo, el concepto de felicidad es notablemente secundario y el énfasis se sitúa en la funcionalidad y, más específicamente, en la funcionalidad para el sistema productivo. Es el caso, por ejemplo, de la educación en algunos países asiáticos.

"Cada vez aprenden menos" puede ser, por tanto, una afirmación muy confusa, poco aclaratoria. Es posible que los jóvenes no aprendan tantos conocimientos como antes (convendría decir: como los que aprendían los pocos jóvenes que estudiaban antes). Es posible, también, que aprendan otro tipo de conocimientos, relevantes para la sociedad actual y no identificables claramente por sus mayores (nuevas tecnologías, por ejemplo). Quizás se forman de tal manera que en el futuro pueden ser excelentes personas, pero no tan buenos trabajadores. Incluso, es posible que no aprendan nada en absoluto, en ninguno de los campos.
¿Qué ha sucedido en las escuelas españolas? Durante los últimos lustros parece haber ganado peso la educación de actitudes, de personas, a expensas de la pura transmisión de conocimientos y competencias. Las consecuencias

de esta deriva son múltiples.
Resaltaré tres.

En primer lugar, "más educación" no nos conduce, necesariamente, a mejores puntuaciones en las evaluaciones de competencias como PISA. En segundo lugar, como la deriva no se produce de forma homogénea, se establece una diferenciación creciente entre escuelas, según su orientación mayor o menor hacia los conocimientos. Finalmente, es muy probable que la deriva tenga efectos diferentes en distintos grupos sociales y, en concreto, no resulte muy beneficiosa para las familias con menor capital cultural. Dicho de otro modo, las familias con más recursos culturales propios no son tan dependientes de las escuelas a la hora de garantizar que sus hijos/as aprendan conocimientos; los que menos recursos tienen, sí.

La escuela puede (y debe) renovar su orientación respecto a lo que enseña. Sin embargo, es preciso que se mantenga una cierta compensación entre las dos vertientes básicas del aprendizaje. La corrección de desequilibrios provenientes de periodos anteriores no debería llevar a una desatención de la necesaria transmisión de conocimientos y
competencias.

Jorge Calero es Catedrático de Economía Aplicada.

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