Del consejo editorial

Lo que le falta a la T1 de Barcelona

 CARME MIRALLES-GUASCH

Cuando se apaguen las luces de la inauguración, cuando todo encuentre la normalidad y podamos contemplar la nueva terminal del aeropuerto de Barcelona sin focos ni cámaras de televisión, nos daremos cuenta de que falta un elemento importante, fundamental para el futuro de la aeronavegación: la conexión en transporte ferroviario.

Veamos la falta de transporte ferroviario. La nueva T1 nace con el objetivo de ampliar y, en algunos casos, duplicar la capacidad del aeropuerto de Barcelona. Se prevé un incremento de unos 55 millones de pasajeros anuales; aumentan los lugares de trabajo en más del 49%; se ubican 73 tiendas y 43 restaurantes, centros de negocios y otros servicios. Pero, además, alrededor del recinto del aeropuerto se edifican nuevas instalaciones y equipamientos de toda índole que abastecen su funcionamiento cotidiano. Todo ello implica centenares de miles de desplazamientos diarios, no sólo de los visitantes que llegan sin medio de transporte propio, sino de los trabajadores que cada día, en horarios de día o noche, en fines de semana o en días laborables, tienen que acceder a esta ciudad aeroportuaria.
Y si el buen aeropuerto no es el más bonito sino el más funcional, el que resuelve con más eficacia y rapidez los quehaceres de sus usuarios (sean visitantes o trabajadores), a este le falta una pieza fundamental: no tiene acceso ni en metro ni en tren de alta velocidad. ¿Se imaginan la inauguración de un aeropuerto sin zona de aparcamiento para coches?

No. No se puede imaginar porque no se habría puesto en servicio. Esta terminal tiene una capacidad para 12.000 vehículos, pero no se puede llegar a ella en tren, que está programado para dentro de unos años. El metro se está construyendo, pero no se prevé que funcione hasta 2012, si no surge ningún retraso. La alta velocidad no tiene calendario. Los autobuses metropolitanos y de alguna línea interurbana de medio recorrido no tienen la capacidad para asimilar los incrementos de actividad y de usuarios, por lo que serán miles las personas que diariamente se verán cautivas del transporte privado y, con ello, de atascos y humos.
Las grandes infraestructuras requieren de intermodalidad entre distintos medios de transporte y, en especial, con el tren, sobre todo en aquellas concentraciones de población que demandan una alta agilidad en sus accesos y donde parte de los usuarios son foráneos. Las infraestructuras ya no se valoran y evalúan por ellas mismas, sino como parte de un sistema de redes de transporte de diversa tipología, donde sus puntos de conexión sean cómodos y rápidos para los pasajeros que tienen que utilizar más de un medio de transporte.
¿Qué es un aeropuerto sino un punto intermodal entre transportes aéreos y terrestres? Sin embargo, estas conexiones entre distintos modos de transporte sólo se tienen claras cuando se trata de vincularlos a los medios privados. Igual pasó con la T4 en Madrid.

El diseño de las infraestructuras conlleva responsabilidades económicas, sociales y medioambientales, y bajo estas se tienen que impulsar los medios de transporte colectivos o públicos.

Carme Miralles Guasch es  profesora de Geografía Urbana.

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