Del consejo editorial

El conflicto de Garoña

 CARMÉN MAGALLÓN

Puesto que la permanencia o cierre de la central nuclear de Garoña se ha convertido en un conflicto vivo, quisiera, huyendo de la polarización, aportar unas pequeñas reflexiones desde la perspectiva del análisis de conflictos, tratando de ver si hay salidas en las que puedan ganar todos. Pensar que en un conflicto todos pueden ganar puede parecer ingenuo. Puede ser. Pero no es lo mismo ser ingenuo por ignorancia que serlo por vocación. Hace años aprendimos –nos lo descubrió aquel magnífico escritor que fue Raúl Ruiz– que ser ingenuo significa ser libre. Visto así, la ingenuidad es otra vía de ejercicio de la libertad.

Entre los actores, el Consejo de Seguridad Nuclear ha aportado informes favorables a la continuidad de la central, basándose en los conocimientos científico-técnicos que les asisten. Esos conocimientos son importantes –son sin duda lo mejor que poseemos–, pero desgraciadamente no pueden aportar certezas al cien por cien, porque ni las teorías científicas ni los desarrollos tecnológicos cubren el amplio espectro de lo posible. La indeterminación y el riesgo que una sociedad quiere asumir ha de ser decidida añadiendo a lo tecno-científico otros criterios.
A favor de la continuidad se han manifestado los trabajadores de la central, que, comprensiblemente, defienden sus puestos de trabajo; y algunas autoridades y vecinos de la zona que desean seguir teniendo opciones de desarrollo y empleos, hasta ahora ligados directa o indirectamente con la existencia de la central nuclear. De estas voces hay que rescatar la legitimidad de los intereses que expresan, para preguntarse a continuación si no pueden ser alcanzados desde un escenario de cierre. Una salida en la que todos ganaran implicaría garantizar empleos de calidad a quienes trabajan en la nuclear, similares a los que habrían de dejar, e inversiones de reconversión para que el de-

sarrollo de la zona no se resintiera. Otras voces apuestan por la energía nuclear porque, dicen, es la vía con menor impacto de producción de dióxido de carbono. Por eso, y por la coyuntura de crisis económica, están a favor de la continuidad.

Las voces a favor del cierre llegan desde distintos lugares sociales: desde grupos ecologistas, sí, pero también desde científicos, escritores, artistas, asociaciones vecinales, sindicales, institucionales y personas individuales. También desde empresarios con intereses en energías alternativas. Ven el riesgo de los residuos, resaltan que, en una central antigua, como es la de Garoña, la probabilidad de un accidente aumenta, ligan la permanencia de la central con un tipo de desarrollo nocivo, dicen, para la región, que impide otros más sostenibles y, sobre todo, quieren apostar por un futuro de energías renovables.

Creo que la solución del cierre es la que contiene más elementos compatibles con la ganancia de todos, y más desde que una reciente encuesta arrojó el dato de que una mayoría de este país está dispuesta a pagar más por la energía si esta es no nuclear. El cierre es la opción que perfila otro futuro. Y es también la que refuerza el sistema democrático al no defraudar la confianza que depositaron ciudadanos y ciudadanas en la promesa electoral del partido gobernante.

Carmen Magallón es  doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz.

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