Del consejo editorial

Otra mirada sobre las 65 horas

CARMEN MAGALLÓN

Finalmente, la Eurocámara rechazó la propuesta de normalizar la extensión de la jornada laboral, dedicada al empleo remunerado, a 65 horas. Los parlamentarios y parlamentarias que votaron no interpretaron cabalmente los deseos de la mayoría ciudadana a la que representan, y la indignación inicial dio paso a una sensación de alivio. No obstante, el asunto del tiempo dedicado al trabajo no puede darse por zanjado, ya que es importantísimo para la calidad de nuestras vidas. Es necesario ir más allá de la actitud defensiva que supone haber parado una propuesta tan agresiva como la que nos ocupa.
Defenderse no está mal, pero sigue siendo jugar a un juego en el que el ejercicio de la libertad queda restringido a un marco estrecho con opciones dadas. Necesitamos una alternativa que llegue hasta el fondo de la cuestión, que ponga en juego en la política lo que algunos estudios de economía crítica (Carrasco, 2001) plantean desde hace tiempo. De un modo más simplificado: la necesidad de revisar la conceptualización del trabajo y del Producto Interior Bruto.
La vida cotidiana nos empuja a evidenciar una realidad que requiere una salida justamente en dirección contraria a la propuesta de las 65 horas. Por eso, la indignación, esa fuerza motriz del cambio, no habría de cesar. Atreverse a proponer 65 horas muestra desprecio y ceguera ante las formas de vida de la mayoría de los hombres y, sobre todo, de las mujeres de hoy. Ignora la falta de tiempo, la velocidad y los ritmos a los que nos vemos sometidos e ignora la existencia de un trabajo no remunerado que es indispensable y vital: el trabajo doméstico y de cuidado.
Según un estudio sobre diversos modelos de uso del tiempo en Europa y Estados Unidos (María Ángeles Durán, 2005), en todos los países europeos el tiempo dedicado por los hombres al trabajo profesional y la formación es mayor que el que dedican las mujeres a estos menesteres, mientras que el trabajo doméstico

–en el que se incluye el cuidado de niños y adultos–, con la excepción de los países escandinavos, sigue recayendo mayoritariamente en ellas.
En el caso de España, las mujeres dedican un promedio de 4,41 horas diarias al trabajo doméstico, frente a las 1,34 horas de los hombres. Otro estudio de la Universidad de León (Domingo Tascón, 2008) apunta la aparición de un grupo creciente de "hombres igualitarios" que asumen las tareas domésticas en una proporción de tiempo que se acerca al que dedican las mujeres.
En este contexto, proponer las 65 horas de trabajo semanales es insultante. Lo es para todos, pero, en mayor medida, lo es para un gran número de mujeres que, a las 40 horas semanales de trabajo remunerado, suman las 30,81 del no remunerado, alcanzando un total de 79,81 horas de trabajo. ¿Y aún piensan que podrían añadir 25 horas más? ¿Y aún piensan que habría de cesar nuestra indignación?
Junto al desigual y discriminatorio uso del tiempo, la perversión radica en que las decisiones se sigan tomando desde una concepción patriarcal y de mercado que pone a la producción en el centro de la vida, mientras ignora las tareas de reproducción y cuidado sin las que ninguno de nosotros podríamos estar en este mundo.

Carmen Magallón es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP)

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